Opinión Nos rompieron el corazón Como guerrerenses que confiábamos en una transición democrática del régimen autocrático nunca imaginamos que a 11 años de la tragedia de Iguala, continuaríamos en las calles exigiendo la presentación de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Las madres y padres confiaron que con el triunfo apabullante de Andrés Manuel López Obrador se allanaría el camino para dar con el paradero de sus hijos y se acabaría con los pactos de impunidad que se urdieron dentro de las mismas instituciones del gobierno. Junto con este cambio en Guerrero se resquebrajarían las estructuras de un poder caciquil y se implantaría un gobierno centrado en la defensa de los derechos humanos de la población más desprotegida y en la atención a las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos. La realidad actual nos avasalla, hizo añicos los sueños de justicia, truncó los procesos de transformación social que muchos luchadores pelearon con las armas y hasta ofrendaron sus vidas. El cambio esperado no tocó fondo ni permeo las estructuras caciquiles y corruptas. El nuevo gobierno mantuvo los privilegios de los de arriba y encubrió a los perpetradores de crímenes atroces. Se confabuló con los poderes fácticos y se distanció del movimiento social. La transición esperada fue un intento fallido, porque pesaron más los intereses facciosos y los pactos del silencio. Las luchas de los de abajo y las voces de las víctimas son las que siguen remando a contracorriente para desmontar este sistema de castas políticas engolosinadas con el poder. Los testimonios de las madres de los 43 nos develan las artimañas de los gobiernos que se confabulan con los perpetradores para no llegar a la verdad Con la desaparición de nuestros hijos abrimos los ojos de lo que pasa en Guerrero y en México. Hay miles de personas desaparecidas. Lo que sufrimos también los padecen más de 130 mil personas que buscan a sus familiares desparecidos. Desde que desaparecieron a mi hijo ya no soy la misma porque me rompieron el corazón, me arrebataron la vida y me dejaron una herida abierta. Lo que más me indigna es que los 3 gobiernos no han querido profundizar en las líneas de investigación, que junto con el GIEI hemos trazado. Al principio nos querían entregar 28 cuerpos del basurero de Cocula, pero los peritos argentinos desmontaron su teatro porque no eran de nuestros hijos. Gracias a la CIDH y a los 6 informes del GIEI logramos desenmascarar todas las triquiñuelas del gobierno de Peña Nieto. El GIEI en sus investigaciones encontraron en los archivos de la Sedena unas hojas empolvadas y no imaginaron que encontrarían información sobre el caso de los 43 y que nos ayudaría para llegar a la verdad. Por eso exigimos los 800 folios que tiene el ejército porque ahí hay información clave que puede ayudar a desenmarañar todo lo que hicieron con nuestros hijos. Por ejemplo, ellos tienen información sobre el paradero de los 17 jóvenes que sacaron de barandilla. Ni eso podemos saber. También tenemos conocimiento que un grupo de muchachos del autobús 1531, que detuvieron en el palacio de justicia, fueron llevados rumbo a Huitzuco, donde participó la policía de Iguala y Cocula y también la policía federal. En ese autobús iba mi hijo. Si tuviéramos a nuestros hijos tendríamos armonía. Serían una alegría celebrar su cumpleaños. Ahora esa fecha es la que más nos entristece y nos duele. Cuando llego a la Normal y veo las fotos de nuestros hijos en las sillas, se me revelan sus recuerdos, sobre todo los momentos en que se los llevaron. Lloro al recordar que sus gritos no fueron escuchados: “somos estudiantes, no traemos armas”. El gobierno fue cómplice de todo lo que les hicieron. El ejército si sabía que eran estudiantes, porque los monitoreó con el C4 desde que salieran de la Normal. Desde antes los había infiltrado con un militar, que se encargaba de pasar información de todo lo que hacían. Es tan malo el ejército que también lo desapareció. Por eso decimos que se les investigue por todo lo que hicieron y por coludirse con los delincuentes. El 26 de septiembre le estuve marcando a mi hijo, pero me mandaba a buzón. El 27 por la mañana entró la llamada y me respondieron “están detenidos, pronto van a ser liberados, son arriba de 17”. Cuando fui a Iguala a recabar información me dijeron que a un grupo de muchachos se los había llevado el ejército. Una persona comentó “sé que el ejército desparece, pero no puedo decir nada porque no quiero que le vaya a pasar algo a mi familia”. La gente de Iguala sabe qué pasó esa noche, pero tiene miedo, sabe que fue el mismo gobierno. A mí me dijeron varias veces “deja esas actividades, te pueden dar un golpe, recuerda que tienes más familia.” Duele que te digan eso. Yo tenía un celular donde guardé el número de la Procuraduría General de la República, y sólo la PGR tenía ese número. De ahí me llegaron muchas amenazas por mensaje, “estás muerta”. Le dije al gobierno que, si algo me pasaba, ellos serían los responsables, porque están acostumbrados a cometer barbaridades. Murillo Karam tiene mucha información que ha ocultado. Está detenido, pero hace que no sabe nada y la fiscalía lo ha dejado que esté tranquilamente en su casa. El gobierno tiene toda la tecnología, pero no investigan con profesionalismo, no les interesa llegar a la verdad. Ignoran los informes del GIEI y más bien están retrocediendo a las líneas de la verdad histórica. No avanzan porque temen toparse con el ejército. El presidente Andrés Manuel López Obrador en una reunión ordenó al ejército que entregara toda la información, sin embargo, en el siguiente encuentro asumió otra postura, dijo que ya habían entregado todo. Para lavarse las manos comentó que ahora manda el pueblo, pero al parecer el pueblo es el ejército. Andrés Manuel nos falló porque no cumplió con su compromiso de llegar a la verdad. La nueva presidenta Claudia Sheibaum nos habla de otro modo, parece más accesible, sin embargo, vemos como que se desentiende de nuestro planteamiento, de que el ejército entregue toda la información que tiene. A cambio de emplazar al ejército nos comentó que conformará un equipo de especialistas que trabajará con nuevas tecnologías para ubicar el paradero de nuestros hijos. Está en sus manos resolver el caso, sin embargo, a un año de su gobierno no hemos visto avances en las investigaciones. Tememos que el tiempo transcurra y que al final nos digan que ya no es posible saber a dónde se llevaron a nuestros hijos. El tiempo nos tritura porque va acabando con nuestras fuerzas, por eso urge que se aceleran las investigaciones. Ante esta urgencia hemos buscado al GIEI, pero a la presidenta no le agrada que regrese el GIEI, ni que la CIDH sea la instancia que le de seguimiento a nuestro caso. Lo peor es que las investigaciones seguirán estancadas, porque con el nuevo fiscal se está regresando a las líneas de la verdad histórica. Por eso queremos que sea una instancia internacional como el GIEI el que pueda dar un impulso a las líneas de investigación. No podemos bajar la guardia, a pesar de tantos obstáculos tenemos que seguir protestando en las calles. Con los estudiantes normalistas y las organizaciones sociales sentimos que volvemos a renacer porque nos contagian con su juventud y coraje, porque sentimos que defienden nuestra causa, que tienen la fuerza para mostrar el coraje y el dolor que nos mueve para reclamar nuestro derecho a saber la verdad. Tengo fe de que algún día todo lo que está en la oscuridad, saldrá a la luz y se sabrá quienes fueron los responsables de la desaparición de nuestros queridos hijos. Mi mamá y mi papá ya no están, se fueron preocupados por su nieto. Lo quisieron mucho, todo el tiempo lo extrañaron. Recuerdo que mi hermano estaba parado en la puerta de la Normal esperando a su sobrino, veíamos llegar a los muchachos, pero mi hijo no aparecía. Yo volteaba a ver a los lados y vi a muchas mamás que buscaban y no encontraban a sus hijos. Quería abrazar a los muchachos, pero me aguanté. Me daba gusto que hubieran regresado porque los ví desfilar el 16 de septiembre en las calles de Tixtla. Recuerdo que fui a escondidas de mi esposo porque tenía cáncer, pero quería verlos. Mi hijo estaba contento porque ya se había quedado en Ayotzinapa porque iba a ser maestro. Faltaban dos semanas más para que les dieran la oportunidad de ir a sus casas y regresar a estudiar. Un jueves comió con sus compañeros pozole verde para irse a la escuela porque andaban arreglando el piso de un salón. Mi esposo habló con Julio César Mondragón y otro jóven. Fue la última vez que lo ví. Estaba oscureciendo cuando salió por la puerta y le dije que tuviera mucho cuidado, “no te confies de la policía.” Le dije que le fuera bien, sentía ganas de correr para alcanzarlo, para decirle lo mucho que lo quiero. Por eso, así como se fue quiero verlo que regrese. Tengo la esperanza de que un día van a regresar, que van a ser liberados. Mi amor es tan grande que en mi mente no cabe idea de que nunca volveré a verlo. Lo que me mueve es la esperanza de saber dónde está. Lloro de coraje porque el gobierno no quiere resolver el caso de nuestros hijos. No le importa nuestro sufrimiento, no les duele el calvario que padecemos. Queremos que no le teman al ejército, que los obligue a entregar toda la información que tienen sobre nuestros hijos. Reiteramos que regrese el GIEI para que se retomen todas las líneas de investigación que quedaron pendientes. Será imposible llegar a la verdad si no se desmontan las estructuras delincuenciales que se han empotrado dentro del aparato gubernamental. La violencia que se enseñorea en nuestro estado se debe al pacto de impunidad que se mantiene intocado con la delincuencia organizada. Este maridaje criminal resquebraja la débil institucionalidad democrática que da tumbos y navega a la deriva. Share This Previous Article“Terrorismo de Estado”: justicia y verdad para los 43 Next ArticleLa algarabía morenista 2 meses ago