No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

A 19 meses, sin justicia para Abelina y Kenia

¡Auxilio, auxilio, auxilio! El grito desesperado del niño se fue en eco de esquina en esquina, pero como la puerta estaba cerrada salió por las escaleras a la azotea de la casa para deslizarse por las barrancas de la comunidad nahua de Tlalquetzalapa, Guerrero. Nadie escuchó, ni las piedras. Mamá no te mueras, dijo el niño, pero sólo abría sus labios como si quisiera decir algo o quizá era el último suspiro, queriéndose agarrar de este mundo.

Ese día el niño, con las fuerzas de su corazón tomó el celular para llamar a su tía Ros y a su vecino para que lo ayudaran. Tía a mi mamá y a mi tía Kenia las mataron, contó. En minutos llegó el vecino, pero cuando miró los cuerpos de las hermanas indígenas que yacían en el piso animó al niño. Luego llegó la tía con las lágrimas en el rostro…

Esta historia infame empezó en la tarde del 26 de julio de 2022 cuando los puños de Fernando impactaron en el rostro de Kenia, su exesposa. La vida se estrelló en mil pedazos. Las gotas de sangre pintaron el horizonte de rojo. Kenia con el miedo, pero con las ganas de seguir caminando en esta vida corrió a refugiarse con su hermana Abelina. Las huellas de los golpes seguían en su cuerpo y en el rostro. Abelina abrazó a su hermana y la tranquilizó. El sol se había disipado entre las montañas por completo y las sombras caían sobre el conjunto de caseríos.

Algo no estaba bien porque como eso de las 5 de la tarde Fernando llamó a la tía Ros para preguntarle de Kenia, no obtuvo noticias, pero él sabía que se encontraba con su hermana Abelina, pues en otras ocasiones había pasado lo mismo. El agresor llevaba años agrediéndola cada vez que se alcoholizaba. Se siente intocable porque se sabe que su familia ocupa espacios de poder en el ayuntamiento de Copanatoyac. El historial del agresor le dio temor a la tía que rápidamente llamó a Abelina para advertirle, sin embargo, qué podía pasar, nuevamente volverían a estar juntos. Es lo que ha pasado en otros tiempos.

Nadie esperaba que al filo de las 9 de la noche Fernando estuviera tocando la puerta de la casa de Abelina. Cortésmente el niño abrió la puerta con su primito en sus brazos. El agresor rápidamente preguntó sobre el paradero de Kenia, y la fue a traer arrastrándola por las escaleras para llevársela a Copanatoyac. Kenia se rehusó tajantemente. Abelina intercedió y rápidamente abrió la puerta para que saliera de la casa, pero el agresor desenfundó su pistola y con siete balazos le quitó la vida, y en seguida disparó contra Kenia. En 10 minutos la tragedia había pasado.

El niño se quedó contemplando los ojos de su mamá Abelina. Se daba vueltas, pero nadie estaba. Sus hermanitos y primos lloraban en el cuarto contiguo. Estaban desamparados en este mundo. La esperanza se esfumaba con la noche espesa. “Ella nada más me quedó mirando y una gota de agua rodó de sus ojos”, dijo el niño. No había razones para estar tendidas en el piso, en el charco de sangre, gritándole al cielo porque la noche había empezado violentamente. Quién sabe si fue la hora de la muerte, más bien, ese machismo de Fernando que a las fuerzas les arrebató sus vidas. Violento hombre y seco por dentro, es de los que desprecia la vida.

¡Justicia!, grita la gente. La inconformidad llegó como un río por las calles de Tlapa. A 19 meses las autoridades se han olvidado de este doble feminicidio. El agresor anda libre. No hay justicia para Abelina y Kenia.

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