No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

Desapareció hace seis años, pero hoy soñé que mi esposo llegó

 

César Sierra León nació el 14 de noviembre de 1969 en la comunidad de Villa de Guadalupe, municipio de Tlapa. Creció en la pobreza, pero con todas sus fuerzas luchó para salir adelante. Quería seguir estudiando, pero ya no pudo porque su familia carecía de recursos. Con el tiempo hizo su casa y consiguió un trabajo que le permitió hacerse de un volteo porque su sueño era tener una casa de materiales. Nunca se imaginó que lo iban a desaparecer.

Hoy soñé que mi esposo César Sierra León, desaparecido hace seis años, llegó. Yo estaba en una tienda repleta de sombreros, los estaba vendiendo. Una señora me preguntó -¿en cuánto tiene sus sombreros? -Son de mi esposo, le contesté. Mientras tanto, César estaba parado en la puerta, me miraba en el sueño sonriendo con ternura. Cuando lo vi me acerqué sin que nada más importara para abrazarlo, pero me desperté. Volví a la realidad donde las ausencias de los desaparecidos parecen prolongarse toda la vida.

Precisamente un sábado como hoy 24 de junio del 2017 salió de la casa para ya no regresar. Después de trabajar vino a almorzar a la casa y luego salimos juntos, él iba a guardar su volteo y yo al mercado. Caminamos sobre la calurosa calle, todo parecía tan cotidiano, había demasiada tranquilidad, pero sólo era el preámbulo de la desgracia que estaba por ocurrir. Al pasar por la cancha que está por la calle Cuba nos despedimos, él se fue en dirección a su volteo y yo tomé la combi. A través de la ventana lo vi caminar, conocía muy bien su andar por tantos años juntos.

Después de unos minutos sonó mi celular. Era mi hija que con una voz tan amarga me decía que acababan de levantar a su papá. Pedí al chofer que se detuviera, sin que aun frenara bajé rápidamente de la combi. Regresé a mi casa y ahí ya me estaba esperando un vecino para decirme que cuatro hombres encapuchados se llevaron a mi esposo en un Tsuru Blanco. Fuimos al puente a ver el volteo y vimos la puerta abierta, pero él ya no estaba. Preguntamos con algunos de sus compañeros y nos dijeron que no sabían nada. Unos vecinos vieron que se lo llevaron rumbo a la calle Lázaro Cárdenas, otros dicen que por la calle Cuba.

Al día siguiente acudimos a la fiscalía a denunciar su desaparición, pero nos dijeron que tenían que pasar 24 horas para tomarlo como desaparecido, y en tono de burla agregaron que a lo mejor se había ido de parranda. Después fuimos con la judicial a ver si podían ayudarnos para hacer una búsqueda, pero nos dijeron que no tenían tiempo ni podían hacer rondines, que mejor buscáramos otro modo. Nos regresamos con la desesperación a la casa, esperamos que mi esposo nos llamara para avisarnos dónde estaba, tal vez estaba golpeado y necesitaba que lo fuéramos a traer, o quizá alguien más nos llamaría para pedir un rescate. Nada de eso pasó. Le marqué más de 20 veces, su teléfono sonaba, pero nunca contestó; después de eso lo apagaron.

El 26 de junio fuimos la oficina de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos del Estado. Me tomaron la declaración, les dije qué pasó, dónde lo levantaron y a qué hora. Me mandaron a la agencia del ministerio público, -lleve este documento y otro lo va a dejar al reclusorio. Volví a ir al ministerio público, pero todavía dudando de mi denuncia me preguntaron que si de verdad había desaparecido o si ya se había comunicado conmigo. Todavía no tenía ninguna noticia de él, les respondí. Con tanta indiferencia me dijeron “ah, pues vamos a esperar y después vemos su caso”. No puedo describir el tamaño de la rabia que sentí porque mi esposo estaba desaparecido y las autoridades no hacían nada para buscarlo, ni siquiera me creían.

Esperé una respuesta durante más de seis meses, pero nunca llegó.  Una persona me dijo que fuera al Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan. Ahí les conté lo que pasó y que no había tenido ningún apoyo por parte de las autoridades de Tlapa. Me ayudaron a hacer otra denuncia, y entonces me di cuenta de que ni siquiera tenían mi expediente de cuando fui la primera vez. Me tomaron otra declaración y abrieron una carpeta de investigación. Las esperanzas volvieron, sin embargo, han pasado exactamente seis años en medio de esta angustia.

Por parte de las autoridades no he tenido ninguna respuesta y la vida se volvió tan difícil. Desde que desapareció mi esposo tuve que tomar las riendas de la casa y no tenía idea de qué hacer, no sabía vender ni hacer muchas cosas. Fue un momento tan duro, sentí un peso tan grande porque no sabía cómo hacerle. Todo lo que me dejó fue un camión, pero no sabía cómo hacerle. Contraté un chofer para que operara el volteo, de ahí intenté solventar algunos gastos, pero no me rendía el dinero que sacaba de ahí. A veces tenía que conseguir hasta 10 mil pesos porque el volteo se descomponía, pasaron los meses y la deuda ascendió a 100 mil pesos. Platiqué con mis hijas, les planteé el problema, –ya debemos bastante, ¿cómo vamos a salir de esto? Escuché sus opiniones y me propusieron vender el volteo para salir poco a poco. Vendí mi camión, pagué donde debía y con ese dinero empecé a vender comida, hacer mis pastas de mole y chocolate para darles dinero a mis hijas que estaban estudiando.

Algunos días en que me siento cansada lo recuerdo como buscando un consuelo. Pienso en el cariño que les daba a mis hijas, siempre amoroso. Los días de descanso, sábado y domingo, íbamos con su mamá para descansar un poco en su pueblo. Le gustaba trabajar, ha sido responsable, nos daba lo necesario, nunca nos faltó nada. Tuvimos 6 hijas y éramos una familia unida.

En medio de la pobreza trató de estudiar la primaria Lázaro Cárdenas, viajaba diario de su pueblo a Tlapa. En la secundaria sus papás le buscaron un cuarto para rentar, estudiaba en la mañana y trabajaba en la tarde en una casa donde lo habían dejado sus padres, vivía con una señora que vendía comida, así que le llevaba su carretilla a la plazuela todos los días. Terminó la secundaria y se metió a la preparatoria. Ahí nos conocimos. Dejó de estudiar y nos fuimos para su pueblo durante 10 años. Toda su infancia la pasó en su comunidad.

Cuando regresamos a Tlapa consiguió trabajo en el cbts como prefecto. Estuvo 15 años y de ahí empezó a trabajar en la ruta de Tlapa a Tlaquiltzingo y a Villa de Guadalupe. Rápido se hizo de unos permisos las rutas de transporte público. Luego se compró un volteo porque quería comprarse una retroexcavadora y poner su casa de materiales, vender block, tabicón, arena, grava. Esa era su idea para salir adelante con nosotros, ir progresando poco a poco. Pero ya no se pudo más porque le cortaron las alas.

Es muy triste para nosotras porque aparentemente decimos que ya pasaron 6 años, que ya se nos olvidó, pero no, sigue presente en nuestro corazón. Tenemos esa angustia, pero no perdemos la fe de que algún día tiene que aparecer. Con mis hijas nos duele el corazón no saber nada de su papá, no tener noticias, que las autoridades no nos digan si ya hay avances, que nos dieran alguna pista de donde lo fueron a tirar o dónde lo dejaron, si está vivo o muerto. Todos los días nos preguntamos dónde está. Queremos con el alma que estas cicatrices se cierren, pero eso nunca va a pasar porque no podemos cerrar esa herida, es algo muy triste y no se lo deseamos a ninguna persona. Esperemos que las autoridades algún día nos den una respuesta, que nos digan ya apareció. Mis hijas lo piensan y desean con el alma. Este día es muy triste y lamentable porque para mis hijas es una pérdida muy grande. Lo extrañamos.

Lo tenemos en el corazón y por eso ayer le hicimos una misa porque ya pasaron 6 años sin saber nada de su paradero. No pude estar en la misa porque andaba en las búsquedas que se llevaron a cabo en los cerros de Tlapa. Se encontraron varios restos humanos. Pensé, ojalá estos restos que aparecieron sean los de mi esposo, Diosito hazme el milagro, que sea el cuerpo de mi esposo, eso tenía en mi mente, quisiera que nos dieran una respuesta rápida, estaba desesperada, no veía la hora de venirme a la misa. Le pido a Dios que podamos encontrarlo para poder llorarle y llevarle una veladora. No tenemos donde ir a llorar o poner una veladora. Hoy en la mañana fue increíble para mí porque en mis sueños pude ver su rostro sonriente.

Salir de la versión móvil