No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

Diálogos por la verdad

Diálogos por la verdad

Abel Barrera Hernández*

 

Escuchar a las víctimas de la guerra sucia es un imperativo ético del Mecanismo de Esclarecimiento Histórico (MEH) de la Comisión de la Verdad. El clamor de justicia que se esparce por las ciudades y las regiones más recónditas de nuestro país mantiene en pie de lucha a decenas de familiares, colectivos y sobrevivientes. Desde hace cinco décadas han escrito con lágrimas y sangre historias dolorosas y luminosas de padres, madres, esposos y esposas que con grandes bríos y enorme valor protagonizaron luchas emblemáticas en defensa de los más pobres.

Alzaron la voz y empuñaron las armas ante tantas atrocidades. Desafiaron al poder y le declararon la guerra ante la imposibilidad de ejercer la libre manifestación de sus ideas e impulsar organizaciones autónomas desde las periferias empobrecidas. Nunca claudicaron, a pesar de que la ola represiva arrasaba a familias y comunidades enteras. El Ejército implantó el terror y desplegó su estrategia de contrainsurgencia para desangrar al México empobrecido.

¡Matarlos y desaparecerlos! fue la orden presidencial. Destruir todos los indicios de rebeldía y disidencias políticas fue el despropósito de un gobierno autoritario. Acallar el malestar y reprimir las protestas sociales desquició a una clase política que endiosó la figura presidencial. Se obstinaron en limpiar a una sociedad ávida de cambios y nutrida de ideas revolucionarias. Con su partido hegemónico se empeñaron en desmantelar los procesos organizativos que se gestaban en las comunidades indígenas, en los ejidos, las universidades, las normales rurales, en las fábricas y colonias. Ante el empoderamiento de los actores civiles, el poder omnímodo y obtuso desangró al país con una guerra sucia.

Las juventudes rebeldes urdieron sus redes solidarias en la clandestinidad, se remontaron a las montañas para organizar la resistencia y enraizar sus luchas por la igualdad y la justicia. Encontraron en el pueblo no sólo al mejor aliado, lo más gratificante fue que descubrieron una gran veta de saberes y formas de organización comunitarias que abrieron nuevos senderos para forjar un movimiento diverso, plural, creativo y valeroso, que inspiró sus luchas libertarias en el campo y las ciudades.

Conocer la verdad de los hechos que dieron lugar a graves violaciones a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990 es una demanda añeja que sigue viva en la memoria colectiva. Es una batalla protagonizada por guerreros y guerreras que no se rindieron, que están en la línea de fuego y que no dan tregua a los gobiernos displicentes. El decreto presidencial que creó la Comisión para el acceso a la verdad, el esclarecimiento histórico y el impulso a la justicia es el resultado tangible del movimiento de víctimas, que no ha cedido un ápice para dar con el paradero de sus seres queridos. Nunca han cejado en su afán de justicia ni silenciado su grito para exigir castigo contra los perpetradores. No hay treguas ni repliegues; por el contrario, pelean con el corazón por delante para obligar a las autoridades a que honren la memoria de sus seres queridos y cumplan con sus compromisos de dar con su paradero.

El movimiento de víctimas forma parte del patrimonio intangible del México digno, de la memoria indómita, robusta y creativa que tiene yacimientos inagotables. En el corazón y la mente de las familias están nítidos los recuerdos de sus seres queridos. Nada se olvida, todos los detalles están vigentes: los lugares donde incubaron la rebeldía, las veredas más seguras para evadir a los del gobierno; los cerros sagrados para congraciarse con las fuerzas cósmicas; el atrincheramiento en las cimas más altas para defenderse de los enemigos; las barrancas demonizadas por los colonizadores, como los caminos más intrincados para guarecerse y desplazarse.

En esta lucha sin cuartel que protagonizaron las organizaciones armadas encontraron en las familias pobres un techo donde guarecerse; un fogón donde comer tortillas salidas del comal, un piso de tierra para descansar y escabullirse sigilosamente. Las historias locales han quedado relegadas, empolvadas con el paso de los años. Sus protagonistas siguen desaparecidos. Las personas ejecutadas, además de que sus familiares no encuentran justicia, padecen el desprecio y el escarnio de los represores. Sus nombres son satanizados y sus apellidos estigmatizados. Predomina la versión caciquil de los forajidos, secuestradores y roba vacas, de hombres y mujeres que con su valor y heroísmo ofrendaron su vida para romper las cadenas de la explotación y del oprobio.

Como país no hemos escuchado el clamor de las víctimas. Sus narraciones nítidas y vivaces, sus crónicas pintorescas. Las anécdotas que reviven la memoria de los caídos. En los rincones de cada casa yacen fotografías, periódicos, sus arreos y recuerdos que hablan de las grandes hazañas de los héroes locales que se han inmortalizado en los corridos.

El compromiso del MEH es recuperar las voces silenciadas, relegadas y estigmatizadas por los gobiernos autoritarios. Escuchar a las víctimas es una misión muy exigente. Requiere plena disponibilidad para darles un lugar prominente. Es una enorme tarea oír a quienes perdieron a sus padres; conocer los testimonios de las familias que fueron desplazadas, de las personas torturadas y que fueron encarceladas. Atender las voces de los familiares que no han cesado en su lucha por encontrar a sus seres queridos. Escuchar exige una actitud de apertura y disposición para reconocer la verdad de quienes han sido confinados al olvido, que son discriminados por expresarse en otra lengua y por ser portadores de otras culturas.

El proceso de escucha es para construir una narrativa poderosa desde la centralidad de las víctimas. Los diálogos por la verdad son para abrir los micrófonos a las personas que no han tenido la oportunidad de hablar públicamente; a quienes por su color, origen étnico, preferencia sexual o creencias religiosas han sido despreciadas y vilipendiadas. Como MEH tenemos el compromiso de comprender la verdad de lo que somos como una nación diversa, con profundas desigualdades y dentro de un contexto marcado por la violencia y la impunidad. Nos hemos propuesto iniciar estos diálogos por la verdad en Guerrero, a fin de recuperar todas las voces y enaltecer su gran contribución en las transformaciones sociales. Como miembros del MEH será un gran honor escuchar a los sobrevivientes, familiares y colectivos el 9 y 10 de diciembre (Día de los Derechos Humanos) en la ciudad de Chilpancingo.

 

* Director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

Foto: tomada de internet

Publicado originalmente en La Jornada

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