Ante las carencias y el desempleo descomunal en la Montaña de Guerrero, a las dos de la tarde de este 22 de mayo de 2025 salieron en cinco autobuses 157 jornaleros y jornaleras indígenas, 75 fueron niñas y niños, a los campos agrícolas de Chihuahua y Zacatecas a la limpia de algodón y el corte de chile. En sus comunidades no hay oportunidades para sobrevivir con sus familias por eso tienen que enrolarse en los surcos de la explotación, no les queda más que tirar la moneda al aire y confiar en su fuerza de trabajo.
Migraron 34 familias indígenas. La mitad de las jornaleras y jornaleros fueron niños de 0 a 15 años que forjan su futuro en los campos agrícolas. Los infantes crecen entre la algodonera o el chilar, mientras los niños de 13 a 17 años que regularmente cuentan con una familia tienen que trabajar para comer. Los matrimonios a temprana edad han sido recurrentes desde hace varios años en la región. En algunos casos las niñas que son forzadas a casarse han tenido que huir de sus padres.
La mayoría de las familias que migraron son de las comunidades na savi de Tierra Colorada, Cahuañaña, Cochoapa centro, Ocotepec, Santa Cruz, Cieneguilla y Loma Canoa, municipio de Cochoapa el Grande; El Epazote, Juanacatlán, Coyulito y la cabecera del municipio Metlatónoc; Zoyatlán de Juárez, municipio de Alcozauca. Las comunidades me’phaa-baatha de Santa María Tonaya y Las Pilas del municipio de Tlapa; Zilacayotitlán, municipio de Atlamajalcingo del Monte. También se fueron de la comunidad nahua de Ocotequila del municipio de Copanatoyac y Alpoyeca.
Tardarán en llegar de dos a tres días a los campos de Benito Juárez, Asunción, Delicias, Janos, Colonia del Valle, Monte Verde, Villa Ahumada y Flores Magón del estado de Chihuahua. Sin embargo, algunas familias que van a Escuinapa, Sinaloa, Río Florido, Zacatecas y Yurécuaro, Michoacán su travesía es menor.
A la una de la tarde empezaron a desfilar rumbo a los autobuses para guardar sus costales de ropa, petates para dormir, enseres domésticos, cubetas de 20 litros, ayates llenos de cobijas y azadones para deshierbar. Mujeres, hombres y niños corrían de un lado a otro con el sol inclemente. Lo que más los tensaba era no quedar fuera de la lista, así que atentos esperaban sus nombres.
Las niñas y niños de 6, 7 y 8 años espantados para no quedarse atrás trataban de que no lloraran sus hermanitos que cargaban en sus brazos. Uno de 6 años estaba consolando a un bebé fastidiado por el calor, lo arrullaba, le dio su mamila, pero cuando el autobús encendió el motor su mamá tomó a su hermanito. Sin embargo, con su rostro preocupado como la de un adulto rápidamente cargó los enseres de cocina haciéndose paso entre el remolino de gente para subir al autobús.
En otro autobús tres señoras cargan con un rebozo en sus espaldas a sus bebés. Al lado, más de siete niñas de Cochoapa el Grande entre 4 o 5 años estaban con la mirada fija, sin pestañear y sin decir una palabra a la espera de que sus mamás les dieran la señal de subirse. Otro niño abrumado empezó a llorar desconsoladamente porque su mamá lo dejó sentado junto a una tortillera, su semblante era de miedo y abandono. Algunas niñas más se quedaban contemplando las bolsas de frutas y paletas de hielo que vendían, pero no se podían dar el lujo porque sus padres habían pagado mil 500 y dos mil pesos el pasaje. En esta situación una sonrisa que rara vez resalta vale oro.
Las niñas y los niños en situación de desnutrición y con los pies desnudos saben que hay una luz de esperanza en los campos agrícolas. Muchos no se conocían porque son de diferentes comunidades, pero cuando empezó a moverse el cuarto autobús quienes estaban en el último camión desde la ventana con sus manitas les hicieron un adiós. Finalmente son los mismos: los abandonados y los olvidados por los gobiernos.
Feliciano, originario de Llano de la Yacua, municipio de Cochoapa el Grande, viaja a Chihuahua al corte de chile. “Una cubeta más grande que la de 20 litros el patrón te lo paga a 8 o 9 pesos, y por eso tengo que cortar 50 o 70 para que me rinda. Nos tenemos que levantar desde las 3 o 4 de la mañana porque entramos a las 7 de la mañana para salir a las 4 o 5 de la tarde. Es duro el trabajo, pero en la comunidad no hay nada para comer. Los hijos se enferman y no hay ni para pagar las pastillas. Lo más difícil es que en los últimos años está fuerte la violencia”.
Felipe, originario de Joya Real, municipio de Cochoapa el Grande, también comparte la misma preocupación de la violencia que predomina en los cerros más altos. “La gente quiere trabajar, pero hay mucho peligro en el cerro y por eso no pueden salir a hacer gestiones. Cuando salen es a escondidas. Para no estar atorados tenemos que viajar a los campos agrícolas”.
Felipe estuvo trabajando en la construcción de una casa en su comunidad, pero ya no hay más trabajo. Ahí se dio cuenta de que no se puede trasladar materiales para la construcción de fuera porque los asaltantes se adueñan de todo. Además, recientemente su hija estuvo hospitalizada, y gastó más de 15 mil pesos. La educación está olvidada. Por eso el domingo 25 de mayo migra con ocho integrantes de su familia a los campos de Chihuahua para limpiar el algodón y sembrar chile durante cinco meses.
“Las autoridades están cada vez más lejos para protegernos, velar por los niños o mandar doctores, no hay medicamentos desde hace 10 años en nuestras comunidades. No hacen nada a pesar de que se entregan peticiones. En Dos Ríos se ha convocado a reuniones y se han hecho gestiones con la gobernadora, pero no se ha logrado nada. Sólo nos ayudamos entre los vecinos”, lamenta Felipe.
Las autoridades estatales y federales han dejado a las familias jornaleras a la deriva. Lo peor de todo es que los gobiernos municipales ni se inmutan ante la compleja realidad en la que han estado las jornaleras y jornaleros. La migración tiene causas sociales profundas que la generan y que prevalecen sin atenderse. En una sociedad cimentada en la democracia, en la Montaña en lugar de propiciar un futuro prometedor a las niñas y niños, mujeres y hombres tienen que cosechar esperanzas en los campos de la muerte.