No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

En el olvido las familias indígenas jornaleras de la Montaña

Antes de los primeros rayos del sol de este domingo 6 de noviembre de 2022, familias nahuas de la comunidad de Ayotzinapa, municipio de Tlapa, corrían por las calles para dejar listos los últimos detalles en sus casas, sobre todo, dejar encargada la mazorca, el frijol y la calabaza con los vecinos, la hermana, el padre, la madre o las abuelas porque tardarán seis meses en los campos agrícolas de Sinaloa.

Después del medio día las calles quedaron semidesiertas, apenas pobladas por algunas familias que dejaron de ir a los campos agrícolas, otras más esperan autobuses y viajar el 20 de noviembre para “ganarse la vida”. Las abuelas y los abuelos de robles quedaron con la mirada perdida en el tiempo, quizá recordando los pasos del primer jornalero que viajaba en 1980: don Cruz. Ahora ya no pueden porque las empresas agroindustriales no aceptan a personas mayores de edad. La vida de un jornalero o jornalera dura hasta que llega la vejez, o mientras sirve a los patrones sin reclamar los derechos como trabajadores.

A lo largo de los años de la comunidad de Ayotzinapa han migrado decenas de familias a los campos de Sinaloa al corte de verduras chinas. Este domingo se fueron 800 jornaleras y jornaleros, incluyendo a niñas y niños, en 14 autobuses para emplearse en la empresa agrícola Golden Fields, mejor conocida como Buen Año, ubicado en Costa Rica, Sinaloa.

Angélica, María y Marco Abelino como el resto de las familias están atentos que les indiquen en qué momento tendrán que subir sus costales, petates, mochilas y enseres de cocina que ocuparán en las galeras para poder sobrevivir durante seis meses.

Don Marco cuenta que será la primera vez que va a los campos agrícolas. Siente un poco de temor, pero son más las ganas de ganarse un dinerito porque en la comunidad no hay trabajo. Observa a su alrededor para saber qué hacen las familias experimentadas. Después de unas horas los mayordomos empezaron a decirles que subieran sus cosas. Una a una pasaban las familias a dejar sus costales a la cajuela del autobús que les correspondía.

El mayordomo Marco Avelino lleva 10 años migrando. “Esta vez llevo dos camiones, en uno van 24 adultos y 13 niños, y en otro van 20 adultos, 15 niñas y niños. Dos de mis hijas me acompañan, así como mi esposa y mis sobrinos, en total somos ocho. Aquí en la comunidad no hay nada por eso nos vamos a trabajar. Es una historia sin fin. Aquí a veces no hay para comer por eso nos vamos a los campos”.

“En la empresa hay escuelas para que los niños y niñas estudien, también nos dan una galera para vivir. Trabajamos duro para que nos rinda. La hora nos la pagan a 97 pesos. Con muchas ganas a la semana son 800 pesos. Los mayordomos nada más andan checando si cortan bien, si son dos hojas está bien, pero si son tres los patrones no lo quieren. Lo único que aceptan son cortes de dos hojas porque lo exportan a Estados Unidos y a Canadá”, relata don Marco Abelino.

Angélica desde niña empezó a migrar a los campos agrícolas de Sinaloa. Dejó de estudiar porque era muy complicado ya que el sistema educativo no tiene una modalidad que permita atender a las niñas y niños jornaleros. Con el tiempo se conformó con ganar dinero para poder comer con su familia.

Las únicas oportunidades que vio fue en los surcos de verduras chinas. Este fin de semana se fue sola a los campos. Su mamá, doña Concepción, se queda para desgranar la mazorca, pero el 20 de noviembre piensa alcanzarla para poder juntar un poco más de dinero.

“Con 12 cajas de verduras chinas gano 200 al día, por 3 caja son 90 pesos, durante 6 horas de trabajo. Después de las extenuantes jornadas tengo que hacerme de comer, lavar los trastes y la ropa”, dice Angélica.

Angélica también describe la añoranza de regresar. “A finales de marzo o abril ya nos queremos regresar. Extrañamos la comunidad, los ahuehuetes a orillas del río y nuestras abuelas. Me extraña mi casa. Otras familias vuelven por la pizca de mazorca y la cosecha de frijol. Pero las familias que quieren ganar más se van a Guanajuato”.

María lleva 10 años migrando. Tiene la misma historia que las más de 15 mil jornaleras y jornaleros de la región de la Montaña. En Guerrero la población jornalera asciende a más de 35 mil indígenas. Sin embargo, las autoridades estatales y federales no cuentan con una política integral de atención a familias jornaleras. No les importa el drama de las familias de la región de la Montaña.

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