No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

Entre las garras de los delincuentes, migran más de 855 indígenas de la Montaña a los campos agrícolas

Ayotzinapa, municipio de Tlapa, Guerrero, 5 de noviembre de 2025. Entre las garras de grupos delincuenciales, 855 mujeres, hombres, niñas, niños y jóvenes jornaleros de 10 municipios de la Montaña salieron en 17 autobuses rumbo a los campos agrícolas del norte del país. Sus esperanzas para mitigar el hambre están en los surcos de verduras chinas y una variedad de productos, pero en su peregrinar son hostigados, asaltados y son forzados a dar una “cuota” a los delincuentes. Este jueves al filo de las 12 del día fue asaltado un autobús con familias jornaleras en la salida de Xochihuehuetlán, cuando iban rumbo a los campos de Chihuahua.

Las familias jornaleras que estaban trabajando con empresas agroindustriales regresaron a sus comunidades en los últimos días de octubre para convivir con sus muertos. Las manchas de flores amarillas en las tierras de la comunidad nahua de Ayotzinapa resaltaban vívidas. Un camino de pétalos de cempasúchil nacía más allá de las puertas de las casas. Después de ir a dejar a sus seres queridos al panteón se empezaron a alistar para salir el 4 de noviembre al campo Jamaica y Primavera en Guanajuato, sólo se alcanzaron a registrar 143 jornaleros y jornaleras, niñas y niños.

Este 5 de octubre 564 jornaleros y jornaleras de la comunidad de Ayotzinapa salieron en 11 autobuses a los campos agrícolas de Sinaloa al corte de verduras chinas. Desde las primeras horas del día las jornaleras prendieron el fogón de sus casas para hacer algunas tortillas de maíz. Arreglaron las últimas pertenencias que se llevarían a los campos. Entre 7 y 8 de la mañana las familias desfilaban en las calles de la comunidad nahua de Ayotzinapa. Se concentraron en la cancha municipal. Poco a poco, unas camionetas las trasladaban por una brecha de terracería con abundantes flores amarillas hasta llegar a un paraje cerca del crucero, sobre la carretera Tlapa-Chilapa.

A las 11 de la mañana la mayoría rodeaba los autobuses, mientras otros buscaban las sombras de los encinos. Yacían en la tierra roja y pedregosa los enseres domésticos que utilizan en los campos agrícolas, costales y maletas llenas de ropa, cubetas para recolectar la cosecha en las empresas agroindustriales. Los niños y niñas esperaban impacientes. Mujeres y hombres permanecían atentos para subirse a los autobuses.

Los responsables de cada camión con lista en mano empezaron a llamar a cada una de las y los jornaleros. Bajo el inclemente sol adultos, niñas, niños y jóvenes en fila comenzaron a abordar los autobuses. A la 1 de la tarde emprendieron el camino. Las niñas y niños con las manos en las ventanas miraban los altos cerros.

En la casa del jornalero en Tlapa salieron dos camiones más con 148 jornaleros y jornaleras a los campos de Michoacán, Jalisco y Nayarit. En total en dos días salieron 855 indígenas, más de 250 familias.  La población jornalera que migró fue de las comunidades de Ayotzinapa, Chiepetepec, Tres Caminos, Santa María Tonaya y Linda Vista del municipio de Tlapa; Tlatlauquitepec, Xalpitzáhuac, Buena Vista del municipio de Atlixtac; San Juan Huexoapa, Colonia Guadalupe y Francisco I Madero del municipio de Metlatónoc; Zoyatlán de Juárez y Cerro Azul del municipio de Alcozauca; Cuautololo, Cacahuatepec, Zacaxtlahuaca y Santa Anita del municipio de Copanatoyac; Zilacayotitlán y El Rosario del municipio de Atlamajalcingo del Monte; Acatepec, Cochoapa el Grande, Zapotitlán Tablas y Cualac.

Con esta reciente diáspora suman más de 10 mil migrantes desde enero de este año. A pesar de las cosechas de maíz, frijol y calabaza, las familias indígenas tienen que trasladarse a las empresas agroindustriales para ganarse un dinerito para la sobrevivencia.

No sólo están atrapadas en el sótano de la pobreza, sino que padecen el asedio de los grupos de la delincuencia organizada que se aprovechan de su vulnerabilidad. Este miércoles 5 de noviembre tenían planeado tomar la ruta por Chilapa, Chilpancingo para llegar a los estados receptores. Sin embargo, a última hora recibieron amenazas para cambiar su ruta rumbo a Puebla. Obligados, tuvieron que hacer una parada en la casa del jornalero porque cerca dejaron una cuota de 5 mil pesos por camión.

Los caminos para las familias jornaleras han sido cada vez más inseguros. Es un recorrido de 18 horas a tres días donde se enfrentan no sólo con los tránsitos y policías que les quitan el único dinero que llevan para sobrevivir los primeros días en los campos, sino también con los delincuentes que los asaltan, les ponchan las llantas y los agreden con lujo de violencia. No les queda más opción que seguir su camino a los surcos de la explotación.

“En algunos campos la primera semana pagan por día, y después depende del rendimiento. Por ejemplo, cada una cuesta 36 pesos, y si aguantas cortar diez cajas te pagan 360 pesos, pero los que menos resisten o todavía no están acostumbrados cortan 5 o 6 cajas. La entrada es a las 7 de la mañana, salimos a almorzar y regresamos para salir a las 3 de la tarde, aunque depende de cuánto trabajo haya, si hay mucho cultivo salimos hasta las 6 de la tarde”, comentó Marcos.

Una jornalera relata que en las habitaciones hay agua, pero no se trata de una vivienda digna porque son galeras o construcciones en obra negra. Hay guarderías y escuelas de educación básica. Cuando alguien se enferma tiene que acudir a los centros de salud que están a media hora o a una hora de camino. “No estamos en las mejores condiciones, pero al menos tenemos trabajo durante cuatro o seis meses. En nuestras comunidades no hay nada para comer, por eso tenemos que migrar”.

Las familias jornaleras están envueltas en una encrucijada. En sus comunidades están abandonadas por las autoridades municipales, estatales y federales. No hay oportunidades para trabajar ni proyectos productivos que les ayuden a salir adelante. Las siembras de maíz y la migración son las únicas esperanzas para la subsistencia. Lo más cruento son los últimos episodios de violencia que han sufrido y el asedio de los grupos delincuenciales. Es alarmante, pero los tres niveles de gobierno han dejado a la población jornalera a su suerte.

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