¡ Te faltan! No se sabe del paradero de miles de personas, pero las desapariciones en el país y en Guerrero siguen a la orden del día. Todos los días aparecen boletines o fichas de búsquedas y las alertas Ámber en las redes sociales. Lo peor es que las sórdidas autoridades estatales y federales han permitido que la violencia y las desapariciones. En esta crisis de derechos humanos, las familias han tenido que buscar a sus seres queridos por sus propios medios, supliendo muchas veces la responsabilidad del Estado mexicano.
En este escenario de vacíos gobernamentales, las familias no les queda más alternativa que organizarse para saber dónde están sus desaparecidos. Por eso el pasado 21 de octubre de 2025 el colectivo de desaparecidos Lupita Rodríguez de Chilpancingo compartió sus experiencias de búsquedas en campo con familiares de la Montaña en la casa del jornalero en Tlapa.
A pesar de que no hay estadística de los desaparecidos en la Montaña de Guerrero, el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan acompaña más de 45 familias que tienen desaparecidos y desaparecidas desde 2016 a 2023, quienes conforman el colectivo Luciérnaga: una luz en la oscuridad. Las búsquedas para encontrar al defensor Arnulfo Cerón Soriano en el 2019 alentó a las familias a organizarse, la mayoría mujeres indígenas. En las jornadas de búsqueda han encontrado seis cuerpos y más de 160 restos óseos que las autoridades no han agilizado el proceso de identificación, dejando en la incertidumbre a las buscadoras y buscadores.
Ante esta desatención de las autoridades el colectivo Lupita Rodríguez y Luciérnaga reflexionaron que la única esperanza para encontrar a sus familiares está en la movilización organizada y en la exigencia de los derechos que tiene una persona para ser buscada. Todo se condensó en el mensaje: «si nosotras no los buscamos, nadie lo hará, y menos el Estado mexicano».
En la desaparición de personas hay minutos de incertidumbre, donde no se sabe qué hacer, ni qué puertas tocar. Las autoridades no dan respuestas. El túnel oscuro por la desesperación y la angustia se hace más profundo. El miedo intenta paralizar, pero predomina la esperanza de encontrarlos.
Engracia se convirtió en madre buscadora cuando su hijo desapareció el 23 de febrero del 2020. Comentó que los primeros minutos son valiosos, pero cuando quiso hacer la denuncia el ministerio público estaba cerrado. Recurrió a colectivos, pero era difícil porque la pandemia les impedía realizar búsquedas, sin embargo, se hacían individualmente. Lo más cruento es que no hay apoyo por parte de las instituciones como la Comisión Nacional de Búsqueda. “El comisionado nos dijo por qué queríamos búsquedas si ya habían pasado 3 meses de la desaparición de mi hijo”. El riesgo es alto para las familias que buscan a sus seres queridos por el alto nivel de violencia, “hasta para hablar se debe tener cuidado”.
“Las búsquedas en vida son importantes, aunque son pocos, sí ha habido casos en que las personas desaparecidas se encuentran en algún reclusorio o centros de rehabilitación. Sin embargo, la parte más difícil es que quisiéramos que nuestros hijos estuvieran en situación de calle, pero no siempre va hacer así. Quiero que regrese con vida, pero no siempre será así”, comentó doña Engracia.
Dulce, hermana de un desaparecido, compartió que desde el 2022 ha estado en búsquedas del fuero federal y ha sido encargada de las búsquedas del fuero común. Sus aprendizajes han sido muy valiosos. Se ha percatado que los funcionarios no suelen tener “empatía hacia los familiares de la persona desaparecida”. Hay cuerpos que pueden pasar años para ser entregados a sus familiares. Lo más duro es que no se tiene espacios dignos en las instalaciones del Servicio Médico Forense (SEMEFO) en Chilpancingo. Las entregas no son dignas. “Por eso hay una gran crisis forense”.
Como hermana buscadora y estudiante de criminología, hizo recomendaciones a las familias de la Montaña para hacer búsqueda y criticó que las mismas autoridades las revictimizan porque les dicen: “seguro sus familiares en algo andaban. Por eso opten por la protesta frente a las autoridades para que tengan búsquedas, sólo así nos van hacer caso”.
Alentaron a las familias de la Montaña a no dejar de buscar a sus seres queridos sin importar que pasen 60 años, como en el caso de Epifanio Avilez Rojas, originario y desaparecido en Coyuca de Catalán, Guerrero, en 1969; la primera persona catalogada como víctima de desaparición forzada en México.
David Molina, hermano del desaparecido José, comentó que desde el colectivo Lupita Rodríguez han estado luchando por la reforma de desaparición forzada en la entidad. Es un trabajo que han aprendido solos, sin el acompañamiento de las autoridades que deberían resolver el problema. Ha habido buscadores y buscadoras asesinadas por su activismo. Esto ha detenido que las búsquedas se hagan con regularidad y una actividad en la que exponen sus vidas.
Con el tiempo han desarrollado técnicas y han exigido al gobierno federal y estatal que se les brinde protección. David habló de la importancia de un centro de identificación humana porque ya hay más de mil cuerpos sin identificar que han encontrado.
Por su parte, Juan Carlos del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan compartió que desde el 2019 que se creó la Comisión Especial del caso Ayotzinapa empezaron las búsquedas en campo por más de 20 días. El punto de partida es la información que brindan los testigos. La gente de a pie avisa de cuerpos enterrados en algunos lugares. Se hace el plan de trabajo con los arqueólogos y demás peritos para dar inicio con los trabajos.
Con una metodología reunida durante 11 años, cuando fueron desaparecidos los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, hacen una limpieza para que haya visión nítida de las grandes extensiones de tierra de más de mil 600 metros. En orden se sumerge la varilla hasta 60 centímetros y donde se sospecha se hace un círculo.
Los cuerpos están sembrados, pero no siempre es donde hay hundimientos. Se ha encontrado donde la tierra parece que no tiene alteraciones. La observación meticulosa es importante porque no se puede dejar pasar nada. Las hojarascas, barrancas, pozos, piedras pueden esconder a las personas. Para descartar siempre se tiene que cavar.
Todos las herramientas tecnológicas ayudan, pero tienen errores. Por ejemplo, un georradar o el canino que ya no puede olfatear después de que un cuerpo estuvo expuesto por varios días bajo clímas adversos, más si ha pasado mucho tiempo. En el caso Ayotzinapa que lleva 10 años no se va a saber. En Apetlanca un canino no encontró una persona que los buscadores sí lo hicieron.
Una serie de técnicas y herramientas de búsqueda de personas desaparecidas quedaron para las buscadoras del colectivo Luciérnaga. Los tipos de búsqueda fueron muy importantes para llevarlo a práctica. Coincidieron que las mejores tecnologías es el pico, la pala y la varilla. Reclamaron que las autoridades esperan los puntos de búsqueda, no investigan. Dejan a las familias a la deriva. La reforma a la Ley Orgánica de la Fiscalía General del Estado de Guerrero para que se realicen búsquedas inmediatas de personas, sin necesidad de una denuncia, tiene que reflejarse como cambios mínimos, pero reales. Con el corazón roto, para las familias la organización es su única esperanza para encontrarles.
