Las familias jornaleras de la Montaña de Guerrero migran a los campos agrícolas con la esperanza de no morir de hambre, salir del sótano de la pobreza, tener un trabajo y con sueños de construir una casa digna. En los surcos de la explotación sólo encuentran empresas agroindustriales o rancherías voraces que les exprimen su fuerza de trabajo, con un salario irrisorio, en condiciones infrahumanas, sin derechos laborales, sin prestaciones, sin acceso a la salud y sin escuelas para las niñas y niños.
Este 23 de junio de 2025, a las 8 de la mañana se presentó el libro Jornaleros migrantes: explotación trasnacional del na savi Kau Sirenio, originario de Cuanacaxtitlán, municipio de San Luis Acatlán, con más de 200 estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) de Tlapa. Abel Barrera Hernández abrió con breve recorrido de la historia del autor, los obstáculos que fue superando en el camino de la violencia y la discriminación solo por hablar el tu’un savi; a pesar de recibir un trato desigual nunca se arredró, al contrario, se ha mantenido arraigado de su identidad. Ha viajado a los campos agrícolas de diferentes lugares para conocer las experiencias de las personas migrantes. Recurrió a la metodología de investigación-acción participativa. Se enroló como jornalero y vivió en carne propia las ínfimas condiciones laborales en los campos. Fue testigo de la explotación de cientos de familias.
Kau Sirenio llevó a los estudiantes a un viaje histórico de subyugación colonial que persiste hasta nuestros días con un nuevo rostro: el colonialismo interno. Con el tiempo poblaciones intentaron blanquearse y negar sus identidades para evitar ser discriminadas. En la historia reciente de Guerrero los indígenas eran y son tachados de delincuentes, por ejemplo, en las recientes investigaciones del autor que saldrá a la luz en agosto narra “cuando los policías de Acapulco detuvieron una niña que había agarrado una botella de agua. Se retrata cómo fue que llegaron los indígenas a Acapulco, dónde viven, en qué condiciones y qué programas municipales hay para ellos. Desde 2005 he estado reporteando en Acapulco y no ha cambiado nada. Ha estado gobernando el PRI, PRD, Morena, pero las políticas públicas para los indígenas son las mismas”.
Los indígenas que migran han sentido a flor de piel el racismo y la discriminación. El mismo autor tuvo que salir de su comunidad para estudiar en el puerto de Acapulco y la Ciudad de México. Empezó como periodista en El Sol de Acapulco y en El Sur, donde conoció el sistema de discriminación en los medios de comunicación porque le decían que tenía que generar noticia para todo el estado, no solo para los pueblos originarios. En estos años cubrió la muerte de una niña na savi de la Montaña en los surcos de Rancho Viejo de Sonora. Cuando el delegado del CDI dijo que la niña había muerto de deshidratación ya no se le dio seguimiento porque para los medios no fue redituable. Después estuvo en La Jornada, Pie de Página, pero continúa con sus investigaciones, recientemente obtuvo una beca para abordar el tema de mujeres na savi.
Después de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa empezó a escribir su libro Jornaleros migrantes. “El 17 de marzo del 2015 alrededor de 50 mil jornaleros y jornaleras tomaron la carretera transpeninsular de Tijuana a La Paz, San Quintín. El movimiento de trabajadores demandaba salario justo, cese al trabajo infantil, cese al acoso sexual, hospitales, agua. Cuando estaba organizando mi viaje para cubrir esa crispación social me preguntaba qué iba a narrar del movimiento, qué no se había contado y en qué condiciones trabajan los jornaleros”.
Viajó 70 horas de Chilpancingo a San Quintín. A las cinco de la tarde del día siguiente “iba llegando a Ciudad Obregón y todavía tenía que cruzar el desierto, llegar a Tijuana. Me dijeron no te bañes porque si lo haces van a decir que vienes limpio en la comodidad, más bien, que se vea que vas a buscar trabajo. Había un paisano de Olinalá que trabajaba en la seguridad privada en Rancho Los Pinos, fue quien me llevó con el contratista. Me pidieron mis datos y me llevaron con el segundo al mando de la empresa. Me preguntaron si hablaba una lengua indígena, les dije que el tu’un savi y que no hablaba muy bien el español. – ¿Sabes leer y escribir? Les respondí que no. Traes tu acta de nacimiento, tu CURP, INE, y entregué los documentos. Así empezó la primera jornada en el campo y con las palabras. El primer texto que escribí fueron sobre las condiciones al ir a cortar tomate, pepino, regar, llegar a la casa y cocinar”.
Kau Sirenio narra que “las viviendas eran un cuarto de 3 por 3 metros. Mis compañeros ya tenían un tiempo trabajando así que ya tenían la posibilidad de tener una estufa, mientras los que van llegando apenas les dan un cuarto. La esposa del contratista vende la comida. En el 2015 pagaban 150 pesos al día, a la semana eran 750 pesos, pero todo se gastaba para la alimentación con huevo y frijol, solo quedaban 50 pesos de ahorro. La jornada en ese entonces consistía en llenar 45 botes de tomate que te pagaban un peso por cada bote. Si lograbas juntar 100 botes te daban 200 pesos. Es duro, pero para las mujeres es más porque tienen que cocinar para los hijos. Se levantan a las tres de la mañana para elaborar los alimentos que se van a llevar a los campos”.
Después de San Quintín se fue a un rancho de Sonora, pero las condiciones de las familias jornaleras resultaron ser las mismas. “En San Quintín por lo menos hay baños, en el otro rancho se carece de los servicios básicos, no hay ni para calentar la comida”. Kau recordó que tuvo que viajar a Estados Unidos. De Los Ángeles al estado de Washington se hizo pasar “dentro del tráfico de migrantes. El 4 de febrero del 2018 se iba a llevar a cabo un tribunal social donde iban a enjuiciar a los granjeros que maltratan a sus trabajadores. Tenía que llegar el 1 de febrero. Me recomendaron que me fuera con un trailero porque es más rápido. Fueron 18 horas. Cuando salimos a la 1 de la mañana dijo que iba a cobrar hasta llegar a Washington 200 dólares, pero conforme iba avanzando iba aumentando el precio, al grado de que cuando llegamos empezó a amenazar, si no me pagan sé dónde está su familia en Guatemala, en México. Eran 600 dólares o su familia”.
El autor se encontró con varias personas que habían viajado de los campos agrícolas de Michoacán a San Quintín para cruzar la frontera. De Washington se fue a Kansas donde padeció el racismo. “Entré a trabajar en una pollería para documentar que los trabajadores se enfermaron en la cadena de producción, pero también se quedaron sin brazos por trombosis, alrededor de 10 personas. Las jornadas de trabajo son de esclavitud porque no podían ni ir al baño y para eso tenían que usar pañales desechables, pero terminaban con trombosis cerebral. No tenían tiempo porque si alguien se sale de la cadena se hace un desastre con los pollos. Se creó un centro de derechos humanos que acompañan a los migrantes agrícolas y empezaron a pelear contra el gigante de la pollería Tyson. La pollería Tyson fue a darle dinero a una organización que acompañaba a los trabajadores para vender el movimiento. Actualmente los trabajadores siguen en las mismas condiciones”, relató Kau Sirenio.
En Florida se trató de una historia de éxito de jornaleros. “Una mujer de 25 años de Tlacoachistlahuaca, Guerrero, participó en una caminata hasta Nueva York con universitarios y religiosos. Lograron boicotear a McDonald’s, Burger King, Walmart, lograron la firma de un convenio de trato justo y se creó un comité que revisaba si cada granja respetaba a los trabajadores para comprarles los jitomates, pero si no cumplía, no le compraban. Además, buscaban cadenas que tendrían que pagar un peso extra por cada kilo de jitomate que compraban, y ese peso se iba a una bolsa que al cabo de la temporada se tenía que repartir en partes iguales a cada trabajador. Empezaron a revisar el salario entre otras cosas”, señaló Kau Sirenio.
El autor provocó a los estudiantes de la UPN sobre lo que están haciendo para cambiar las realidades de la Montaña. Los alentó para que acompañen los movimientos sociales y comunidades indígenas que siguen sufriendo la discriminación que no sólo se encuentra en la calle, sino en los centros de trabajo, en las escuelas por el simple hecho de hablar una lengua y tener un pensamiento propio. En cuando a los medios de comunicación siempre invisibilizan la Montaña dejándola con mayor vulnerabilidad. Los feminicidios no se les da la atención necesaria, las desapariciones de mujeres indígenas. Los invitó a contar las historias de otro modo, cambiar la narrativa del discurso hegemónico a uno con las epistemologías de los pueblos originarios. Además, anunció su portal Tatyi savi (Voz de la Lluvia) para que quienes están en las comunidades puedan escribir las historias de sueños y resistencias.
Los estudiantes Maritza Ponce Ventura, Leysi Bruno Santiago, Ricki Martín Cisneros Barrera, Carmela Nájera Ramírez, Delfina Rivera Cantú, Irma García Neri y Rosalinda Casia García participaron con comentarios sobre cómo Kau Sirenio se fue sumergiendo en el trabajo periodístico crítico. La pregunta, ¿por qué si los jornaleros sufren la explotación siguen migrando? El autor respondió que en las comunidades indígenas no hay trabajo, pero también porque las familias sobreviven a un modelo económico que le quita valor a los productos que cosechan como el maíz, frijol y calabaza. A pesar de que es difícil competir con el monstruo capitalista moderno, las familias resisten en los surcos de la ignominia.