Opinión La transformación al servicio de los pobres o los ricos Vidulfo Rosales Sierra Las relaciones de producción del capitalismo han estado marcadas por una lucha asimétrica entre patrones y trabajadores que constantemente demandan mejor salario, prestaciones y condiciones laborales dignas. Varias han costado sangre de la clase obrera. Las ideas del socialismo que irradiaron Europa en el siglo XX y las luchas del proletariado obligaron a patrones y gobiernos a darles mejores condiciones. La bipolaridad del mundo fue un contrapeso para los capitalistas que terminaban cediendo ciertos derechos para los trabajadores. Las circunstancias cambiaron con la caída del socialismo real. Las políticas del libre mercado se erigieron como norma en el mundo. Los grandes sindicatos se diluyeron y todo lo que oliera a derechos sociales se proscribió del debate político. Por si fuera poco, las máquinas y el avance tecnológico sustituyeron el trabajo manual casi por completo. En este contexto todo reclamo de los trabajadores se satanizó. En el capitalismo moderno no cabía la inconformidad de los trabajadores. El triunfo del capitalismo había traído movilidad social y confort para las familias, para qué cuestionar el orden económico que trajo progreso. Mientras tanto en el mundo real millones empobrecían y unos cuantos se enriquecían de manera obscena. Bajo esta narrativa subyacían significativas pérdidas de conquistas laborales. Los contratos colectivos prácticamente desaparecieron y surgieron nuevas figuras en el mundo laboral, como la tercerización. Los trabajadores yacen en la indefensión. Sin prestaciones sociales y frente a accidentes de trabajo son despedidos sin más. Como parte de esta ola de precarización laboral, los gobiernos neoliberales reformaron las leyes desmantelando las conquistas históricas de los trabajadores. Una de estas fue la reforma a la Ley del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) que entre otras cosas prolongó la edad de la jubilación y sustituyó el esquema de pensiones solidarias por uno individual administrado por las Afores y para complicar la situación en 2016 se modificó el sistema de pago de multas y obligaciones, de salarios mínimos a UMAS (Unidad de Medida y Actualización) impactándose a los trabajadores porque el pago de pensiones se realiza mediante este sistema. Estas y otras medidas fueron de corte neoliberal y favorecieron a los banqueros y empresas que administran las Afores. En el sexenio de AMLO los bancos obtuvieron ganancias superiores a un billón 178 mil millones, el doble que en el gobierno de Peña Nieto que fue de 620 mil millones de pesos. Mientras que las Afores obtuvieron 134 mil millones en la década reciente. Tan sólo en cuatro meses de 2025 obtuvieron una ganancia neta de 4 mil 702 millones de pesos por administrar el dinero de las pensiones (Luis Hernández Navarro, La Jornada 20 de mayo de 2025). La abrogación de la Ley del ISSSTE que reclaman los maestros de la CNTE implica quitar estos privilegios a los ricos y exigirles que paguen más impuestos; conllevaría también a una reforma fiscal que grave al capital, así el gobierno no se quejaría de que no hay dinero. Ese es el punto medular del debate y de las definiciones de un gobierno que hasta ahora no ha tocado ni un ápice a los ricos. La apuesta por los pobres es meramente simbólica y parte de una narrativa significativa, pero que se requiere acompañarla de reformas que graven al capital y devuelvan a los trabajadores su dinero. El gobierno se encuentra en esa disyuntiva de quitar a los ricos un poco de lo que se embolsan o dejar las cosas como están, enarbolando un discurso que favorece a los pobres, pero con insuficiencia presupuestal para hacer vigentes sus derechos. De poco habrán servido las reformas constitucionales de septiembre pasado si no hay dinero. Quedarán como derechos programáticos de difícil cumplimiento. La lucha de la CNTE coloca al gobierno en una posición incómoda, por eso les irrita. Los obliga a definir de qué lado están: con los banqueros o con los trabajadores. Tocará al capital o dejará que los trabajadores sigan padeciendo la precariedad y jubilándose en condiciones indignas. Hoy toca a los trabajadores del campo y la ciudad acuerparnos con la CNTE. En las calles de la Ciudad de México se libra una batalla decisiva entre la clase trabajadora y los ricos, hasta ahora respaldados por el gobierno. Lo que reclaman los maestros de la CNTE es el dinero de sus pensiones que usufructúan las empresas y una jubilación digna. Fue una promesa de campaña del gobierno anterior y del actual. Han esperado pacientemente por más de siete años, es justa y legítima su exigencia. Hoy los maestros alzan la voz con dignidad y reclaman lo que les corresponde y no sólo para ellos sino para otros trabajadores al servicio del Estado e incluso los que cotizan en el IMSS que están casi en las mismas condiciones. La lucha de la CNTE ha venido a remover las aguas en la izquierda colocándonos en una disyuntiva. Profundizamos los avances, obligando a una distribución más equitativa de la riqueza, quitando a los ricos algo de lo que escandalosamente han acumulado o dejamos que las cosas sigan como hasta ahora, en un mar de adulación al gobierno, conformándonos con una narrativa que favorece a los pobres. Es momento de definir el derrotero de la izquierda: se profundiza en la transformación pisando callos a las oligarquías o se continúa con un discurso simbólico por los pobres, pero cogobernando con las élites económicas. El énfasis del gobierno por los que menos tienen es importante pero es declarativa. Los programas sociales junto a las reformas constitucionales del mes de septiembre del año pasado (igualdad sustantiva, derechos de los pueblos indígenas y afromexicanos, salud y vivienda) son importantes, pero el problema es que se requiere dinero para hacerlos efectivos; de lo contrario, serán meras proclamas de gobierno. Todos los que estamos en la izquierda debemos abrazar la lucha de la CNTE reconociendo que los maestros que la integran son la punta de lanza que exige profundizar la transformación. La lucha no es contra la presidenta o Morena, mucho menos contra los militantes de a pie; la batalla que se libra es contra las oligarquías rapaces que esquilman a los pobres. Foto: Jessica Torres Barrera Publicado originalmente en el periódico El Sur Share This Previous ArticleAyotzinapa: la esperanza en nueva tecnología y renuncia del titular de la Ueilca Next ArticleGuerrero: la tierra de los desposeídos 4 días ago