No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

Las seguimos esperando

Las seguimos esperando

Con mi mamá, Gabriela Dolores Gómez Alcalde y mi hermana, Beatriz Santiago Gómez, solíamos hablar de esperanzas, un poco de la paciencia y del trabajo. En el día de las madres nos reuníamos para hablar de nuestros sueños y de los planes en la vida cotidiana. Entre risas sorteábamos las carencias que teníamos como familia. Era menos duro el golpe de la pobreza, porque mi mamá siempre nos dijo que con los esfuerzos de todas saldríamos adelante. Con el tiempo logramos tener 80 marranos de engorda. Llevábamos una vida tranquila. Nunca imaginamos que la ausencia tocaría nuestras puertas. Sin embargo, el 22 de agosto de 2018, en una tarde aún iluminada por los rayos del sol mi mamá, mi hermana y mi sobrina, Yulitzi Méndez Santiago,  fueron desaparecidas. Ahora sólo queda la ilusión como colgada de un hilo esperando que regresen a casa, sin ganas de reír o festejar.

Nada es igual desde que ellas no están. Días y noches espero verlas en la casa. El día de ayer por la noche con la tristeza de mi alma recordaba que cada 10 de mayo nos levantábamos a las 6 de la mañana para llevarle las mañanitas a mi mamá. En la puerta de su casa adornábamos con una cortina. Llevábamos a nuestros hijos, ahí estábamos hijas y nietas y nueras. Regresábamos a mediodía y hacíamos de comer, a veces era mole y en ocasiones pozole porque era lo que más le gustaba. Todo el día nos quedábamos platicando y muchas veces íbamos al río, ahí pasábamos toda la tarde. Le gustaba mucho que fueran todos sus nietos. Se sentía muy contenta cuando veía a todos los niños. El 10 de mayo no salía, era el único día para descansar.

Mi hermana y mi sobrina vivían con mi mamá. Estaba más pendiente porque vivían juntas. Platicábamos de varias cosas, pero lo que más le preocupaba era sus niños, eran muchos y la verdad no le alcanzaba para mantenerlos porque el padre los abandonó. Ella vivía sola con sus hijos, ahora quedaron solos de 18 años, de 17 años, 13 y 12 años. No tienen a quién festejarle, a quien regalarle o abrazar.

Para mí este día es de sentimientos encontrados porque siendo madre de familia mis hijos me están felicitando. Por otro lado, me siento triste porque tengo a mis sobrinos que están en la escuela y pues van hacer su regalo para su mamá, pero Beatriz no está. Buscan por todos lados, pero no hay nada. Entonces siento que es un golpe duro para ellos y, por lo tanto, a mí también me pasa a afectar porque mi mamá no está con nosotros.

Recuerdo aquel día funesto. Mi mamá tiene un criadero de marranos en el pueblo de Atlamajac y siempre llevaba comida para los animales. Ese día fue a recoger las verduras y se dirigió a un terreno que tenemos sobre la carretera Tlapa-Puebla, a la altura del puente del Otate. Pasaron las horas y no regresaban. La preocupación inundó toda la casa porque nunca tardaban tanto. Lo primero que hicimos fue ir al terreno, pero sólo estaba el carro con la carga de desperdicio que recogía de la frutería de Tlapa. Regresamos a la casa, pero ni mi mamá, ni mi hermana y tampoco mi sobrina estaban. En ese momento llamamos a la policía del estado y les contamos lo que había pasado para que nos ayudaran a buscarlas. Solamente acordonaron e inspeccionaron el lugar pasa saber cómo estuvo y dijeron que no había rastro alguno, ni señales de violencia, que todo estaba como si no hubiese pasado nada.

Volvimos al pueblo para marcarle a su celular, pero mandaba a buzón, como si lo hubieran apagado. Al caer la noche toda la familia se reunió para emprender una búsqueda porque las autoridades se fueron.  Al siguiente día las búsquedas continuaron. Seguíamos llamando a su celular, pensando en que quizá se trataba de un secuestro, pero nunca llamaron. Fue una cosa rara. Ahí debió estar mi mamá. ¿Por qué mi sobrina? Buscábamos explicaciones, pero no entendíamos lo que estaba pasando. Era algo angustiante para nosotros vivir esta situación. Así fueron transcurriendo los días, no parábamos buscándolas, sin tener razón alguna. Las semanas pasaban y el mismo pueblo de Atlamajac se organizó con carros para salir a los lugares cercanos donde se repartían volantes con las fotografías, pero no hubo señal de su paradero.

Fueron momentos duros, con mucha incertidumbre, con demasiada impaciencia, pero con muchas ganas de encontrarlas. Incontrolablemente las buscábamos, fue muy fuerte porque yo tenía la sensación de que se iban a encontrar. El dolor era profundo porque cada vez que íbamos a buscarlas, no encontrábamos nada.

Desesperadamente nos metimos a cerros y barrancas, incluso por el lugar donde sucedieron los hechos. Aquí en el pueblo igual hay lugares que suelen pasar cosas así. Buscamos por el terreno del Otate, por debajo de la carretera hay como un túnel donde hay escurrimiento de agua que baja de los cerros, ahí cruzando el río están unas cuevas. En todos esos lugares solitarios buscamos. Siempre sentí miedo y una sensación de desesperación.

Las autoridades ni sus luces. Al contrario, cuando acudimos nos dijeron que tenían que haber pasado 72 horas porque no podían hacer nada. No podían pasar más horas, aun cuando fuera por protocolo, no había lógica en eso porque mi mamá no pudo haberse ido a otro lugar sin avisarnos, más cuando se dedicaba día y noche al trabajo en la casa. Sinceramente los elementos del ministerio público no hicieron nada. Pasó el tiempo, pero teníamos miedo seguir buscándolas. Un día supimos que Tlachinollan estaba realizando búsquedas por otros desaparecidos y mi papá decidió ir, fue donde se conformó el colectivo Luciérnaga para salir a buscar los cuerpos. Lamentablemente mi papá ya falleció.

Mi mamá manejaba una mixta de ruta local en Tlapa cuando no contaba con chofer. Es una persona muy trabajadora, una señora que la verdad no paraba, trabajaba de sol y a sombra. La extraño. Tengo la sensación de que ella va regresar, quizá tuvo un imprevisto y tuvo que salir. Mi mente quizá me engaña, pero tengo una esperanza que no ha muerto, pues yo sigo pensando que mi mamá está bien. Quiero saber dónde están.

La desaparición la verdad es algo inexplicable. Muy duro, doloroso y desesperante. Es un vacío que uno lleva porque no sabes nada de las personas que más se quiere. Es un vacío que está en el corazón, en el alma, en la habitación, en los recuerdos… Mi mensaje para las personas es que no pierdan la esperanza, que en algún momento sus seres queridos pueden aparecer y que sigan luchando por buscarlas. Todo no está bien, pero quizá puede haber una luz en el camino. La esperanza sigue y yo estoy segura que en algún momento las vamos a encontrar.

La verdad siempre los momentos bonitos son al lado de tu ser querido. Con mi mamá la pasé prácticamente desde que nací. En el trabajando con los animales; ella era feliz. Por ejemplo, los 10 de mayo siempre fueron bellos porque con mis hermanos siempre le hacíamos comida, le festejábamos y a ella se le notaba la alegría. Ella es y seguirá siendo mi orgullo para salir adelante, para ayudar a mis sobrinos, porque ella nos enseñó muchas cosas buenas como el trabajar y nunca rendirse, luchar por lo que uno quiere. Yo siempre la recuerdo sonriendo, feliz.

Siempre sueño que llega a la casa bien, que viene ya sin nada; en ocasiones he soñado que me regaña, pero que ella está bien. A menudo le pregunto que dónde estaba, que lo bueno es que ya llegó y que quiere ver sus animales. Despierto contenta, pero me percato que  la ausencia sigue atorada en el corazón.

Este 10 de mayo yo le quiero decir que donde quiera que se encuentre, que aquí vivimos con la ilusión de que algún día la volveremos a ver y que la extrañamos mucho. Que la echamos mucho de menos, pero que no nos rendimos, que tenemos la esperanza de encontrarla y que mis sobrinos están bien. A mi hermana que también la extrañamos demasiado, sus hijos a veces lloran preguntando por ella. Les hace falta su mamá. Las queremos mucho donde quiera que estén.

 

La fotografía es de la familia

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