No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

Llorando, Tevi se fue de este mundo

El martes 28 de noviembre de 2023 transcurrió con una espantosa melancolía que dan ganas de arrancarse la vida. No hay nada que pueda calmar este sentimiento. Las lágrimas siguen saliendo apresuradas antes de que termine el día. El tiempo se agota… y los sollozos vuelven a salir de los intersticios que tiene la casa de madera y techo de lámina. En una esquina está el féretro de Tevi Aparicio García, niño discapacitado de 14 años, que hasta el último momento se abrazó de este mundo. En ratos entran las corrientes de viento frío, y en los interludios del silencio se escucha la voz del rezandero, nostálgica.

La quietud arrastra la mirada más allá de las hondas barrancas, cerca del macizo de los caseríos de San Miguel Amoltepec el Viejo, municipio de Cochoapa el Grande. En las tierras faldosas las personas cosechan ejote. Todo sigue igual; la única esperanza la lleva un señor y una señora cargando un ayate, sostenido por el mecapal, lleno de chayotes y chilacayotes. Al lado, donde permanece el féretro de Tevi, a 10 metros dos jovencitas revisan su celular, y una niña brinca en las ramas secas de un árbol. En otra puerta una abuela teje un sombrero. Es un ambiente impasible, nada comparado con el fragor del corazón destrozado de Amalia, madre de Tevi. Su incontenible dolor no la doblega, al contrario, sopla las brasas para poner más copal. Abre un poco la caja donde yace su hijo con los ojos cerrados. “Es todo lo que pudimos hacer”, se dice en sus adentros.

Dos floreros de margaritas sostienen un Jesús crucificado donde se ubica la cabeza de Tevi. En el piso de tierra cinco veladoras y una vela desprenden una luz amarillenta; el gasto fue de 300 pesos, pero los recursos económicos no alcanzaron para alumbrar más su camino. Así es la vida de los pobres como en la muerte; olvidados en lo recóndito de las escarpadas montañas, sin acceso a la salud. Todo parece que las carencias se llevan a la tumba por la eternidad.

El último rezo fue a las 11 de la mañana. Los ojos llorosos de sus pocos familiares estaban hinchados porque velaron toda la noche. El fúnebre día destilaba las emociones más amargas por la pérdida de un niño especial, con el corazón de oro y con las palabras que salían de sus ojos. La palabra que mejor pudo pronunciar Tevi para asentir en cualquier cosa fue “auh”, por ejemplo, cuando su mamá Amalia lo dejaba por media hora y le decía que él quedaba al cuidado de la casa. Siempre permanecía acostado porque no podía caminar, sólo podía escuchar.

Ahí estaba Tevi mirando al cielo, con una sorprendente serenidad. Antes podía imaginar las telarañas en su casa y las estrellas tiritando a lo lejos, más arriba de la tierra. Ahora sólo es la caja oscura, negra, que se arremolina como la existencia misma. Si fuera posible el eterno retorno Tevi explicaría su dolor y su esperanza. En estos sentipensares saltó tajantemente el silencio cuando el féretro quedó en la puerta de la choza. Es la hora. Con una flor de cempasúchil el rezandero vertió agua bendita y algunas palabras de esperanzas para el mundo de los muertos. “Tevi, dejas este cuerpo, esta habitación para que Dios te reciba en la casa celestial”, y sigue, el camino más allá de la muerte.

Sus familiares cargaron el ataúd para colocarlo en el carro que facilitó Tlachinollan. La distancia al camposanto es de media hora. El rezandero seguía con cánticos religiosos, alguien más llevaba el sahumerio y otro el crucifijo. En el accidentado camino doña Amalia contaba los últimos momentos de su hijo. Empezó llorando como si se estuviera desgarrando por dentro. Con las horas el dolor incrementaba. La diarrea y el vómito causaron estragos, doblaron a Tevi. A las cinco de la tarde su vómito era de color rojo, igual que la sangre.

“Ese 26 de noviembre me espanté porque imaginé lo peor, pero me levanté y rápidamente empecé a buscar a las personas que tenían carro para un viaje especial. No importaba el dinero, aun cuando sólo tenía 500 pesos que había guardado para su comida. Nadie quería hacerme el viaje hasta Tlapa. Con la fuerte lluvia que no paraba y el camino derrumbado mi preocupación aumentaba. Quería gritar por la desesperación. Recorrí todas las casas para poder conseguir alguien que trasladara a mi hijo. El viaje de San Miguel Amoltepec el Viejo a Tlapa se me hizo interminable. Miraba a mi hijo muy deshidratado, así que traía unos sueros para que no se desmayara. Le rogaba a Dios que lo salvara. Al llegar a Tlapa me cobraron 3 mil pesos por el traslado. Rápido nos fuimos a la clínica San Francisco, pero nos dijeron que necesitaba oxígeno y que sólo tenía el hospital. Mi hijo sólo se quejaba. En la entrada del hospital empezaron los trámites engorrosos, nombres, documentos y demás. En los pasillos el cuerpecito de mi hijo se puso blandito, pero aun así llegamos con los doctores, sin embargo, ellos no quisieron recibirlo porque ya estaba muerto”, relató doña Amalia.

Tevi perdió la batalla en el mismo hospital donde recién nacido le destrozaron la vida. Nació el 9 de julio de 2009. Tenía 37 días cuando presentó un problema respiratorio. En el hospital de Tlapa los doctores le colocaron unas sondas, pero no dejaron que doña Amalia estuviera presente. Cuatro horas después la llamaron sólo para decirle que tenía que llevarlo a Chilpancingo. La ambulancia le cobró 5 mil pesos. En la capital de Guerrero, los doctores le dijeron que su hijo tenía sangre en el cerebro y que necesitaba una operación. Fue en la Ciudad de México que se supo el diagnóstico de Tevi: un derrame cerebral que lo había incapacitado. La operación era peligrosa por su corta edad, pero con unos años más podía lograrse. Las rehabilitaciones en el DIF de Tlapa, Chilpancingo y Ciudad de México desgastaron económicamente a la familia.

En el 2016 Tevi dejó las rehabilitaciones porque su hermano mayor Fredy fue desaparecido por un grupo de la delincuencia organizada en Tlapa. Cuando escuchó lo de su hermano lloró desconsoladamente. Entendía el escenario complicado que pasaba su familia. Esa vez que hombres armados fueron a su casa, su mamá lo envolvió en una pequeña cobija y con el reboso lo cargó por toda la barranca hasta llegar a la casa de una de sus tías. Esa vez a Tevi le dio miedo, no quería que lo dejaran solo. Las pocas veces que sonrió fue antes de la tragedia. Lo peor de todo fue cuando asesinaron a su papá, Federico Aparicio, en el 2020. Su mundo se redujo, dejó de comer y la sonrisa poco a poco fue desapareciendo.

El carro frenó para ir un poco de reversa. Ahí había unos bultos de cemento, arena y unas palas. El sarcófago quedó sobre el pasto verde, luego en fila lo dirigieron al camposanto, adelante el rezandero y el crucifijo. En la primera tumba hicieron un descanso donde le dijeron: “Tevi Aparicio García te dejamos en tu última morada para que vayas a contemplar el rostro del señor. Tus lágrimas durante la noche y el día quedarán en el recuerdo y se esparcirán por estas montañas y en el cielo”. El recorrido siguió hacia la cruz grande del camposanto para hablarle a los muertos. Ahí llegó el comisario de San Miguel Amoltepec el Viejo y San Miguel Amoltepec el Nuevo.

A las 6 de la tarde, cuando las nubes lloraban, Tevi llegó a su tumba con sus huarachitos de palma. Unas cuantas cosas fueron depositadas, ropa y calzado. Sus familiares, uno a uno fueron depositando un poco de tierra bendecida; las flores a los alrededores y las veladoras hacia donde se oculta el sol.  El aire sopla los rostros, y las ramas de los árboles se mecen con la canción de cuna de los grillos. El horizonte se pinta de púrpura, negro, azulado y rojizo. En esta lúgubre sensación, su hermana Edith le habla a Tevi con el hueco en su corazón: “donde quiera que estés cuida a mamá y a tus hermanitos, a todos. Si hay una persona mala que quiera hacernos algo mal ruega por nosotros. Te lo pido porque eres un angelito”.

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