No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

Migrar entre la línea de fuego y la explotación

Migrar entre la línea de fuego y la explotación

Chiepetepec, Guerrero, 4 de septiembre de 2025. En esta tarde salieron 77 jornaleras y jornaleros nahuas, 38 son niñas y niños, al campo agrícola 20 de Culiacán, Sinaloa, para enrolarse como trabajadores en los surcos de chile morrón. Las familias jornaleras de la Montaña sin oportunidades de sobrevivencia en sus comunidades se ven forzadas a migrar, donde los empresarios agrícolas los siguen exprimiendo hasta la muerte.

La temporada alta de migración empezó el primero de septiembre. Con los que hoy salieron suman más de 147 familias jornaleras, la mitad son niñas, niños y jóvenes. Con los días la diáspora tiende a aumentar. La canasta básica está en las nubes. El aumento del salario sale sobrando cuando no hay oportunidades de trabajo. La supuesta disminución de la pobreza no pasó por esta región olvidada. Por eso las familias tienen que seguir migrando para tener que comer.

Miguel de la Cruz tuvo que migrar solo este año para que sus dos niños puedan estudiar en la comunidad de Chiepetepec. Con una mochila en la espalda relata que va al “campo 20” de Culiacán. Lleva tres años migrando. “En el 2024 fui a los campos de Chihuahua con mi familia. Luego pasé a `La 20´ para juntar algo de dinero. Ahorita voy al corte de chile morrón. Cuando inicia el trabajo del planteo de chile nos pagan 3.50 pesos el bote de 20 litros. Después nos pagan 331 pesos al día, pero ahora no se como vaya estar”.

Entran a trabajar a las siete de la mañana y salen a las cinco de la tarde. Sin embargo, cuando hace mucha calor la jornada termina a las 12 del día para que no se desidraten y se vayan a enfermar. En la tarde vuelven al trabajo, pero les pagan 60 pesos la hora extra.

“Nos dan cuartos, una estufa, tanque de gas, lavadero y regaderas, pero en otros campos no nos tratan bien. La verdad en Sinaloa está feo por la violencia. Está muy peligroso, pero la recomendación es que nos quedemos en el campo sólo a trabajar”, señalaron algunos jornaleros.

Doña Dolores de comunidad de Chiepetepec va con sus cuatro hijos e hijas. Lleva más de 15 años migrando a Sinaloa. Tardan hasta 10 meses en los campos agroindustriales. Después de cinco años este año regresaron unos meses, pero decidieron volver porque en su pueblo no hay forma de salir adelante.

Lleva todos los documentos de sus hijos para que puedan entrar a la escuela. La más grande va a entrar a la preparatoria, el que le sigue segundo de secundaria, otro la primaria y la más chica va entrar al kinder. En el campo 20 hay maestros y maestras de primaria y secundaria. La preparatoria tienen que pagarla para que la joven siga sus estudios a 30 minutos de donde viven.

“Mi hija mayor terminó la primaria en la comunidad y la secundaria la estudió en el campo donde siempre hemos trabajado. Mi otro hijo terminó su primaria en el campo, pero los más pequeños han estado estudiando cerca de los surcos”, contó doña Dolores.

Sólo los abuelos se quedan en la comunidad. Dolores y su familia sólo estuvo dos meses y medio con sus padres. No les dio tiempo de sembrar “porque solo venimos a descansar y ver a la familia. Mis hijos entienden el náhuatl, pero no lo hablan porque en las escuelas no les enseñan”.

La mayoría de las familias no tienen la misma suerte que doña Dolores. Más bien, el viacrucis es más profundo porque solo tienen recursos económicos para comer y vestir. Las niñas y los niños tienen que dejar sus estudios para ayudar a sus padres en los surcos de chile. La realidad para las madres solteras es más pesada.

Las 77 jornaleros y jornaleras que se fueron hoy estarán llegando el sábado al campo agrícola. Realizan varias paradas para ir al baño o para comer un taco durante el recorrido del peligroso camino, donde permea la violencia.

Aun con la guerra entre los grupos delincuenciales en Sinaloa, las familias jornaleras siguen migrando porque en la Montaña sobrevivir es estar al límite del desfiladero. Los caminos son más inseguros porque siempre son detenidos. Las rutas de Tlapa hasta que llegan a Veracruz van con el Jesús en la boca, pero lo peor es entrando a Sinaloa. Ahora no sólo paran a los migrantes centroamericanos, sino también a los jornaleros y jornaleras que van en busca de esperanza.

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