No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

No todas son feministas, no hace falta que todas lo sean

No todas son feministas, no hace falta que todas lo sean.

Yolotzin Amairani Pacheco Nava y Lucía Quetzalli Xchebelyax Villanueva Vergara

Colaboradoras del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

Porque no hace falta el nombre, la credencial, la valoración por puntos. Necesitamos hablar de un movimiento amplio de mujeres, que da cabida a las diferentes realidades en las que existimos y que retoma eso como puntos de partida. Que muchas veces necesitamos perderle el miedo, primero, a los conceptos, a la academia, al activismo y nombrarse mujer en un mundo que odia a las mujeres, y ser mujeres, para después, tal vez, reconciliarse con el nombre de feminista.

Es necesario hacer un ejercicio de reconocimiento, con la historia personal, con los lugares desde donde partimos. Con los saberes de las mujeres que vinieron antes de nosotras y que incluso desde sus luchas y sus trincheras han hecho un trabajo de base para garantizar que cada vez más mujeres reclamemos una voz pública.  Es necesario reconciliarse con esas voces del pasado, que, en clave de ser mujeres lo hicieron posible.

Reconocer la pluralización de los feminismos, es necesario para construir objetivos políticos de manera colectiva. Porque no son las mismas condiciones, tomar en cuenta las particularidades de cada grupo, las cuales se visualizan desde diferentes contextos. Este reconocimiento a la interseccionalidad (edad, racialización, precariedad económica y de recursos) es a partir de una diversidad de realidades que se entrecruzan y que representa una oportunidad para conocer la experiencia de las mujeres desde distintos focos.

Es, desde estas intersecciones, que la lucha del 8 de marzo, adquiere una potencia política inigualable, en la posibilidad de dialogar con la otra y reconocerse, pero también en dar un espacio para escuchar y transformar mutuamente, esas realidades que nos atraviesan.

Tenemos una historia que reconocer acerca de la lucha y el acceso a los derechos, los cuales, desde el principio se articularon desde la defensa de ser reconocidas sujetas de derechos civiles y políticos.

Podemos apuntar algunos detalles que miramos en este transitar histórico:

1) El acceso a derechos, ha sido una lucha constante, un enfrentamiento por arrancar de las manos de quienes detentan la voz cantante, un reconocimiento de humanidad, dignidad, justicia y verdad. Nunca han sido dádivas entregadas a los colectivos en actos pacíficos y ordenados.

2) Se ha caracterizado por la pluralidad de voces y la creatividad e innovación de las estrategias para conseguir hacer públicas las demandas y visibilizar esa misma realidad plural desde la que nos posicionamos.

3) En esa pluralidad de voces y exigencias, también resalta la posibilidad de transformación radical y que esa violencia que se infringió sobre generaciones de mujeres, sea reconocida y reparada. Para que, con esa lucha librada antes de nosotras, podamos construir proyectos que posibiliten el ejercicio desde nuestra libertad.

Al encontrarnos con otras mujeres y sus luchas nos encontramos también con narrativas de todo tipo, atravesadas por un factor común: la violencia normalizada. Porque forma parte de todas las estructuras, desde lo familiar hasta lo académico y como consecuencia lógica, enoja, desgasta y sobre todo frustra.

En esta lucha de las mujeres se da cabida a ese enojo Y A LA CONTENCIÓN de nuestras emociones, reconociendo en ellas el permiso de la rabia, del enojo, de la frustración, de vivirlas y sentirlas. En estos espacios no se busca resolver los problemas del mundo, pero se encuentra una posibilidad de acompañarse y no saberse sola y eso, muchas veces, es primordial/precedente.

Recordemos no convertir esto es una réplica de las vidas que llegaron antes que las nuestras, tratemos de reconciliarnos con esas voces que no siempre se contaron, pero que ahí han estado y que, aún en el silencio, son un referente de lo que puede ser.

La pregunta que podemos hacer es: cómo tejemos, con este amasijo/enredo de emociones que es ser mujer en la Montaña de Guerrero, un espacio que dé apertura a nuestras emociones y las de las demás. Porque marchamos a título personal y, sin embargo, en lo colectivo nos encontramos también: por las que no pueden estar, por las que no llegaron, por las que nos quitaron en el camino y cuyas madres y hermanas siguen caminando para encontrarlas. Porque marchar significa reivindicar nuestros derechos, en el sentido amplio, pero también y principalmente nuestro derecho a ser y estar bien.

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