No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

NOTA INFORMATIVA | Documentan atropellos a jornaleros migrantes

Fecha | Miércoles 29 de Febrero de 2012

Medio | Reforma

Autor  | Daniela Rea

Advierte reporte omisión de autoridades y empresarios ante trabajo de niños

En México existen 2 millones 440 mil jornaleros que migran a campos agrícolas en el norte del País para subsistir, pero en condiciones de misera, discriminación y explotación laboral, advierte un informe de la Organización de Defensa de los Derechos Humanos Tlachinollan. De acuerdo con el informe “Migrantes somos y en el camino andamos”, el 60 por ciento de quienes trabajan en los grandes sembradíos son indígenas provenientes de municipios con alta y muy alta marginación, 9 de cada 10 no tienen contrato formal de trabajo y el 40 por ciento tienen menos de 15 años de edad. “Son los invisibles”, dijo Abel Barrera, director de Tlachinollan, al presentar el informe junto con la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Invisibles por ser indígenas, no hablar español, porque no existe una legislación que proteja sus derechos.

El documento documenta la situación de indefensión que enfrentan los jornaleros de la Montaña de Guerrero. Señala que durante el ciclo migratorio de septiembre de 2010 a enero de 2011, se registró la salida de 7 mil 358 jornaleros de la región, de los cuales, 3 mil 309 eran menores de 15 años y 459 tenían menos de 8 años. Las familias peregrinan al norte del País y durante 10 meses o incluso años, abandonan sus comunidades, obligados por la pobreza, advierte. Desde que son “enganchados” para ser llevados a los campos de cultivo, indica el reporte, los jornaleros agrícolas sufren de manera constante violaciones a sus derechos que pueden ir desde la falta de pago hasta la pérdida de la vida por accidentes laborales, sin que el estado o los empresarios respondan ante ellos. “Existen campos agrícolas que albergan hasta 3 mil jornaleros, quienes se hacen cargo de su alojamiento y regularmente duermen en cuartos alquilados, donde se hacinan en ocasiones más de tres familias”, refiere.

Los Niños

La organización documentó que entre 2007 y 2010 al menos 6 niños murieron en los surcos, sin que los contratistas asumieran su responsabilidad. En el año 2007, David Salgado, de 8 años, murió atropellado por un tractor. Sus padres nunca recibieron indemnización. En el 2008, Mario Félix, de 9 años, murió ahogado en un estanque del campo Patole, en Sinaloa, donde trabajaba cortando chile, pepino y jitomate.

En 2009 se registró la muerte de Ismael de los Santos, de un año 8 meses, murió atropellado cuando dormía entre los surcos. Flora Jacinto, de 4 años, murió en el 2010 por tomar agua envenenada con agroquímicos. Silvia Toribio, de 5 meses, murió en una caja de plástico, donde dormía mientras sus padres trabajaban en el Estado de México. Un camión recolector pasó y la atropelló. “Es evidente la omisión del agricultor de otorgarles a jornaleros y jornaleras agrícolas las garantías sociales necesarias incluyendo guarderías, escuelas y viviendas durante el tiempo en el que permanecen en los campos agrícolas”, cita el documento.

CORYA EJOTE POR UN PESO

Aurelia Díaz nació entre los surcos de tierra. Proveniente de una familia de indígenas jornaleros agrícolas vio a sus hijos también nacer en el campo y a su esposo morir en un accidente cuando fue a cortar maíz. Bajó desde la Montaña de Guerrero para contar su testimonio como mujer jornalera. A los 10 años comenzó a cortar ejote con su papá y su hermano en los campos de Morelos.

“Ahí cuando llegamos era una casita de lámina donde dormíamos en el piso de tierra. Ahí había un solo lavadero y lo usaban como 30 personas. Ahí fuimos a trabajar, fuimos a cortar ejote. Nos pagaban bien poquito el kilo de ejote, a 50 centavos”, relata con su español entrecortado. Lo que juntaban ella, su papá y su hermano alcanzaba sólo para comer, no para vestir. Menos para el doctor. Enfermarse, era condenar a la familia a las deudas. “Si mi papá se enferma, entonces el patrón o la empresa no se preocupa. Entonces mi papá o mi hermano sacan dinero y se va en el médico y lo paga con su dinero”, dice la mujer. En los campos conoció a su esposo y se fueron a vivir a una casa con techos y paredes de lámina. Y el piso, de tierra. Se embarazó y aún con la barriga de 9 meses acudía a cortar ejote.

Nació su hijo, luego otro y otro. Y los tres, como ella, crecieron en el campo porque no había guardería en los grandes terrenos agropecuarios donde trabajaba, dice. Desde las 7 de la mañana hasta que se ponía el sol, todo el día, trabajando. “También nos pagaba bien poquito, a peso el kilo de ejote. Eso no alcanzaba para vestir los hijos o nosotros. Entonces ese alcanza para comer y para pagar la renta. Si mis hijos se enfermaban, nadie de mi trabajo me preguntaba ‘¿con qué te vamos a apoyar?’ Nosotros sacamos el dinero para pagar el medicamento”. Luego, su esposo murió. “Fue a cortar elote en el campo y ahí tuvieron accidente. Falleció mi esposo y a mí nadie me apoyó. Trajimos mi esposo aquí en Tlapa. Después yo sola me fui a trabajar a Morelos, yo saqué adelante mis hijos”.

Salir de la versión móvil