No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

OPINIÓN | Las grietas de la Montaña: hambre, muerte y corrupción

Las grietas de la Montaña: hambre, muerte y corrupción

En la madrugada del domingo 15 de septiembre, Perfecta Flores Pacheco despertó asustada por el desprendimiento estruendoso del cerro donde vivía con su papá, sus dos hijas y una nieta. Eran como las cuatro de la mañana: el pesado frío, la lluvia inclemente, el lodazal opresivo y la oscuridad atroz, le impidieron salir de su choza. Quedó aprisionada. A su lado escuchaba los quejidos de don Daniel Flores, su papá de 90 años. Lo que más le atormentaba era el desmoronamiento del cerro que seguía vomitando toneladas de lodo, que arrasaba con todo lo que encontraba a su paso. Temía lo peor, que sus hijas Yanet Carrasco Flores, de 21 años, estudiante de la universidad intercultural de la Ciénega, madre de una niña de dos meses, y Yuridia de 13 años, quienes dormían en la casa de más arriba, fueran arrastradas por el lodo.

El ruido estrepitoso de la Montaña que se desgajaba y dejaba sepultadas varias viviendas, y a quienes ahí dormían, fue la señal funesta de una catástrofe sin precedentes, no solo para la familia Carrasco Flores, sino para miles de familias de los 19 municipios indígenas de la Montaña de Guerrero.

En la comunidad Me Phaa de El Tejocote, municipio de Malinaltepec, murieron 7 personas. Cuatro de ellas quedaron sepultadas por el lodo. A pesar de la amenaza de que continuarían los desgajamientos de los cerros y los hundimientos de los terrenos, la población asumió la extenuante tarea de rescatar los cuerpos a pico y pala. Con el chubasco encima y con un esfuerzo sobrehumano la gente logró remover grandes porciones de lodo que permitieron ubicar los rastros de las viviendas para dar con el paradero de los cuerpos. El caos imperó en la comunidad, la muerte era una amenaza colectiva y el sentimiento de orfandad e indefensión estallaba en llanto y en reclamos contra las autoridades ausentes e indiferentes ante el dolor. Los que llegaron a nombre del gobierno solo fueron para tomar datos de las pérdidas humanas y materiales y para sacar fotos. Su presencia no fue para brindar auxilio.

Ese domingo trágico, cuando el gobernador con su gabinete y los presidentes municipales celebraban el grito de Dolores dilapidando el dinero del pueblo, en la Montaña las comunidades Na savi y Me Phaa luchaban por su sobrevivencia e improvisaban refugios en las cimas de los cerros, ante el desbordamiento de los ríos, los desgajamientos de los cerros y los agrietamiento de sus terrenos. En esos días acaecieron los decesos de más de 40 personas de los municipios de Acatepec, Metlatónoc, Cochoapa el Grande, Tlacoapa, San Luis Acatlán, Tlapa, Malinaltepec, Copanatoyac, Zapotitlán Tablas y Atlixtac.

Ante el silencio y la indiferencia de las autoridades de los tres niveles de gobierno, la población de la Montaña tendió las redes de la solidaridad y los puentes de la hermandad interétnica. Las mismas comunidades se organizaron para abrir alguna brecha; para ir a las dependencias de gobierno y pedir auxilio; para informar a los familiares y amigos que viven en las ciudades y en Estados Unidos, solicitando su apoyo. En medio de la tragedia la población se organizó para desenterrar a sus seres queridos y enterrar como lo dicta la costumbre a sus muertos. Pusieron a salvo a sus hijos e improvisaron con plásticos azules algunos cobertizos para guarecerse de la lluvia y el viento. Como siempre, sobre el piso de tierra rehacen su vida; cocinan, duermen, descansan, tejen sus sombreros de palma y bolsas de estambre y se reúnen por las noches para planear lo que harán al siguiente día. Es la lucha cotidiana por la sobrevivencia, pero ahora en las cimas de los cerros; con los caminos destrozados, los cultivos destruidos, las escuelas derruidas, las casas caídas, el maíz insuficiente y con la proliferación de las enfermedades.

En medio de esta precariedad, las comunidades damnificadas experimentaron la cercanía de una población que se identifica con su historia, con su lucha y con su forma de vivir comunitariamente. Los jóvenes de la región alzaron la voz en nombre de sus pueblos, extendieron sus redes para difundir por internet la devastación de la Montaña. Solicitaron apoyo, salieron a las calles y se instalaron en los parques para recabar víveres. Se organizaron y juntaron dinero para trasportarlos a la región y se las ingeniaron para llegar a varias comunidades incomunicadas. Caminaron varias horas por las brechas cubiertas de lodo. Los más experimentados en estas lides cargaron con los víveres y tuvieron la satisfacción de llegar a los lugares donde no habían recibido algún apoyo. Los paisanos que radican en varias ciudades de Estados Unidos se enlazaron con los jóvenes que estudian y trabajan en las ciudades, para comprar víveres. Asesores y estudiantes de la UPN de Tlapa; religiosos, religiosas, párrocos y grupos de pastoral de la diócesis de Tlapa encontraron eco en la ciudad de México para organizar el acopio de productos básicos. Universidades como la UNAM; investigadores, académicos, organizaciones civiles, la comisión de derechos humanos del distrito federal, institutos religiosos, colegios, periodistas, defensores y defensoras de derechos humanos y un gran número de ciudadanos y ciudadanas solidarios con los pueblos de la Montaña, se hicieron presentes en estos momentos difíciles. No obstante la insuficiencia de estos apoyos las comunidades han encontrado gente de cerca y de lejos que está a su lado y que estará pendiente para que la reconstrucción comunitaria logre dignificar la vida de los pueblos.

A pesar de este esfuerzo de la sociedad civil que se solidariza con las comunidades damnificadas, las grietas de la Montaña se han ensanchado y profundizado por el trato desigual, discriminatorio y displicente de las autoridades. Son las venas rotas de los pueblos que se desangran por el trato criminal de los gobernantes, que de manera facciosa y electorera dan a cuenta gotas y de manera lenta y tardía los apoyos que demanda la población, que desesperadamente lucha contra el flagelo del hambre. Los presidentes municipales y las autoridades del estado y de la federación son ajenos a la tragedia de los pueblos. Son inmunes al dolor y al sufrimiento de quienes han perdido todo. Les importa más las escenografías donde se promueve su imagen magnánima como gobernantes y prefieren sacrificar la realidad lacerante que carcome la vida de los pueblos presentando cifras falsas e informes que faltan a la verdad. La desconfianza crece y el encono sube de tono por parte de la población que no se siente atendida ante las autoridades que no cambian en sus modos de tratar a la gente; en las formas excluyentes para tomar decisiones sobre cuestiones que incumben a los pueblos. Persisten los vicios acendrados de los funcionarios en cuanto a la manera de manejar los recursos públicos y se reproducen prácticas ofensivas que implementan los funcionarios y promotores a la hora de levantar encuestas, tratando a la población como ignorante y con tratos vejatorios.

A través del Consejo de comunidades damnificadas de la Montaña, la población ha podido expresar su sentir y ha hecho llegar sus planteamientos y sus quejas a los funcionarios de la secretaría de desarrollo social (sedesol) de la federación. Previo a este encuentro con los representantes del gobierno federal, las comunidades damnificadas se han organizado para abrir a pico y pala algunos tramos de sus brechas para que puedan entrar vehículos pequeños. Han trabajado largas jornadas para tender puentes colgantes utilizando bejucos y otros materiales de la región, para sacar a sus enfermos y trasladar los granos básicos. Han brindado albergue para las familias que han perdido sus casas y han juntado maíz para compartirlo con las familias que perdieron todo. Las comunidades desplazadas están improvisando techos para que los maestros puedan dar clases a los niños en las cimas de los cerros. Las mujeres se organizan para recolectar plantas y con el apoyo de los niños y niñas juntan la leña. Por comisiones preparan la comida, muelen el maíz, preparan la fogata y realizan guardias nocturnas. Se preparan para la reconstrucción comunitaria, por eso, buscan el reencuentro con las demás comunidades, se acuerpan y tienden puentes, para emplazar a las autoridades a un diálogo directo; para exigir su inclusión dentro de la toma de decisiones; para ser consultados y sobre todo para implementar acciones de manera conjunta, siempre en beneficio de la colectividad y buscando revertir los múltiples daños causados por los desastres, el abandono gubernamental y la corrupción endémica que permea entre las autoridades.

Es lamentable que a 23 días de las tormentas que devastaron las 7 regiones del Estado, las autoridades sigan más preocupadas por proteger sus intereses políticos, por cuidar su imagen, por deslindarse de responsabilidades y encubrir la maraña de corruptelas que siguen enraizadas en todo el aparato de gobierno y de la que son cómplices. No se vislumbra un plan integral que atienda la contingencia y que revierta la desatención a las comunidades más apartadas. No se ve cómo romper con el aislamiento de varias comunidades de los municipios de Acatepec, Cochoapa el grande y Metlatónoc. Son los pueblos y la misma sociedad civil la que está marcando la pauta de cómo trabajar con ahínco y comprometerse en serio con los pueblos. Las comunidades están dando todo para reconstituir la vida comunitaria en medio de los derrumbes y hundimientos. Los que no están respondiendo a la altura de los problemas que enfrentan los pueblos, son los presidentes municipales, que siguen trabajando a espaldas de la población, porque es más cómodo u lucrativo hacer lo que les plazca. Los gobiernos estatal y federal siguen catalogando a las comunidades indígenas como menores de edad y como un estorbo para la toma de decisiones. Prefieren imponer desde arriba sus planes para que nadie los cuestiones ni les llame a cuentas. Los millones de pesos que se han anunciado para la reconstrucción serán manejados con la misma opacidad de siempre y las comunidades quedarán excluidas en la toma de decisiones sobre el destino de estos recursos. Por eso las grietas de la Montaña seguirán ahondándose si la corrupción continúa siendo el motor que arrastra a los políticos al fango de la ruindad.

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