No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

OPINIÓN | Tiempo fatal

Los padres de familia de los 43 estudiantes desaparecidos de la normal rural de Ayotzinapa nunca imaginaron que la búsqueda de sus hijos sería una larga agonía, que los ahogaría en la desesperación por la falta de resultados alentadores por parte de las autoridades federales sobre el paradero de sus hijos. Son 24 noches que no concilian el sueño al revelárseles todo tipo de situaciones que pudieran estar padeciendo sus hijos. Su convicción inquebrantable de que siguen vivos es la que los mantiene en pie. Nada tiene sentido para ellos si lo que escuchan no está relacionado con la búsqueda de sus hijos. Por las mañanas lo primero que hacen es encomendarse a los santos, que se encuentran en el centro de la cancha de la normal de Ayotzinapa, con la esperanza de tener una noticia alentadora. A pesar del dolor que les embarga y de las pocas ganas que tienen de platicar temas ajenos a la realidad que padecen, han logrado conformar una comunidad de familiares que comparten la misma tragedia de los hijos desparecidos, y esto mismo es el motor que los impulsa a luchar juntos para encarar a las autoridades y asumir sin temor alguno cualquier desafío con tal de encontrar a sus hijos.

Han dejado todo, y han hecho de la normal su hogar, donde les anima ver en los más de 500 jóvenes que ahí estudian algún rostro parecido al de sus hijos. Entre las innumerables historias que platican siempre predomina alguna versión que deja entrever que sus hijos están vivos. Por eso mismo, en las reuniones informativas que tienen con las autoridades federales, varios padres interpelan sus acciones porque los atiborran de datos que nada tienen que ver con avances significativos en la búsqueda. Las nuevas rutas que plantean para salir al día siguiente no están precedidas de un trabajo de inteligencia, simplemente se avocan a atender la propuesta de los padres y a proporcionar personal policiaco para los desplazamientos. Es lamentable que las autoridades sigan empantanadas en sus planes de búsqueda, porque por más que anuncien que se incorporan más policías y que cuentan con el apoyo de perros y caballos, a la hora de la verdad son los padres los que tienen que dirigir el operativo e identificar los lugares donde realizarán la búsqueda. Las reuniones con las autoridades se han limitado a escuchar un informe de actividades que se reciclan y redundan en el vacío de resultados concretos.

Es ejemplar el compromiso de todos los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, quienes después de arduas jornadas de protesta realizan asambleas maratónicas para discutir las acciones que emprenderán con el fin de hacer más visible su indignación y su exigencia de encontrar vivos a sus compañeros. Su organización va desde la preparación de la comida, hasta la elaboración de boletines de prensa; la articulación y la coordinación con las normales rurales de todo el país y con el movimiento social. Tienen que atender los medios de comunicación, hacer un acompañamiento permanente a los padres de familia, y mantener su acuerpamiento indómito para salir a las calles y cimbrar al poder represivo e impune. Se trata de jóvenes que provienen de comunidades campesinas e indígenas, que en los primeros días de su ingreso a la normal comprendieron el sentido profundo de lo que es ser un maestro rural comprometido con su pueblo. Esos días de integración son claves para forjar su acero como jóvenes normalistas. En medio de la persecución, la represión y la sangre derramada por quienes los antecedieron, nace la pasión por una causa noble y justa que los impulsa a entregar todo lo que son para que este proyecto no sucumba. Con esta lucha crece, por todo el país, la solidaridad, la admiración y el respeto por una normal que ha sido fiel a sus orígenes, que se ha nutrido de la savia de los pueblos originarios, que ha mantenido inalterable su identidad con las comunidades que sufren el oprobio, la discriminación y la exclusión social. Es la normal de los de abajo, de los que viven trabajando en el surco, de los que padecen la violencia del estado por todas las inequidades que profundizan la desigualdad social y hunden en la pobreza a los que nunca tuvieron la oportunidad de ir a la escuela ni encontraron alguna oportunidad de trabajo para alcanzar una vida digna.

Esta tragedia de los jóvenes asesinados y desaparecidos, como siempre, la siguen cargando las familias pobres de Guerrero. Desde su dolor y desde el desprecio que han tenido de las autoridades, han logrado levantar el clamor de un país de víctimas que sufre el flagelo de la violencia y la impunidad de un sistema político que se ha coludido con el crimen organizado.

En nuestro estado, la lucha por una educación gratuita le ha salido muy cara a las familiar pobres, no solo porque les niegan este derecho sino porque son blanco de una agresión sistemática por parte del gobierno que se obstina en desmantelar a las instituciones educativas que albergan a los estudiantes de escasos recursos. Esta violencia institucional ha obligado a que los jóvenes se organicen para defender los pocos espacios escolares que subsisten y que les dan la oportunidad para formarse profesionalmente. Los saldos han sido sangrientos por las vidas que ha costado defender este modelo educativo. Desde la década de los sesenta hasta la fecha, los estudiantes de Ayotzinapa están en pie de lucha, librando batallas contra las fuerzas represivas del estado. Por su parte. Los gobiernos caciquiles nunca han reconocido ni respetado las demandas legítimas de los normalistas, por el contrario, todos los gobernadores se han distinguido por desacreditar y reprimir sus manifestaciones. Los gobiernos iletrados han preferido contratar más policías en lugar de apostarle a la educación; han construido más cuarteles policíacos e instalaciones militares y se empeñan en cerrar las normales rurales. Han destinado más recursos económicos para la compra de armas con el fin perverso de accionarlas contra las manifestaciones pacíficas de los estudiantes. Abren más plazas para policías y recortan la matrícula de los estudiantes; se especializan en la represión para no solo contener las protestas sino para utilizar armas letales para asesinar estudiantes. Lo más atroz es contratar policías que trabajan para el crimen organizado y utilizarlos para que realicen el trabajo sucio. Los narco policías son funcionales para los gobiernos corruptos que por un lado necesitan controlar por la fuerza a la población que se organiza y protesta y por el otro, trabajar con el crimen organizado, para afianzar sus negocios ilícitos y consolidarse como grupos políticos delincuenciales.

El tiempo de búsqueda que los padres de familia han dado a las autoridades se ha agotado. La paciencia tocó fondo y ya no hay explicaciones ni argumentos que les convenzan. Siguen firmes en su lucha y con la fe inquebrantable en que sus hijos están vivos, por eso este domingo peregrinaron en 12 autobuses las 43 familias de los jóvenes desaparecidos, para llegar con gran devoción e ilusión a la basílica de Guadalupe. Su llegada a la explanada de la Villa mostró su fuerza creativa al expresar su clamor en la gran manta que iba al frente de su peregrinación: “Madre mía, Tú que fuiste madre y sabes el dolor de perder a un hijo… las madres te rogamos e imploramos que cuides y hagas que regresen con vida nuestro 43 hijos desaparecidos”. Este mensaje condensa el dolor y la esperanza de padres y madres que han dejado todo para encontrar a sus hijos. Lejos estaban de imaginar que el personal de seguridad iba a impedirles la entrada por llevar la manta y las fotografías de sus 43 hijos. Los policías no escucharon los motivos de su visita y se aferraron a cerrarles el paso. Ante esta insensibilidad, los padres y madres de familia se vieron obligados a entrar por la fuerza y a reclamar su derecho a presentarle directamente a la Virgen de Guadalupe su profundo dolor. Los compañeros de la normal, junto con los familiares de los 43 estudiantes, con gran orgullo portaban velas y flores blancas como se acostumbra en sus comunidades. Varios sacerdotes y religiosos los esperaban en la entrada principal, amigos y amigas de organizaciones civiles y de derechos humanos llegaron para rezar juntos y pedirle a la Virgen el gran milagro de que sus pequeños hijos sigan con vida y lleguen junto a los suyos. Con gran devoción entraron orando a la Virgen y al mismo tiempo retumbó el grito de: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, “¡Ayotzi vive!”, “¡No están solos!”. Con este saludo combativo se abrieron paso para llegar a las primeras bancas llevando en sus manos las fotos de sus hijos. Este momento sumamente simbólico representó para los padres de familia un encuentro luminoso entre la Madre de los mexicanos y los hijos de un país desangrado. No pudieron escuchar el mensaje de los sacerdotes y religiosos que solidariamente llegaron para oficiar la misa. El presbítero que le tocó oficiar la celebración no pudo transmitir palabras de aliento para las familias deseosas de escuchar un mensaje que reconfortara su dolor. A pesar de ello, los padres y madres de familia siguen esperando contra toda esperanza, continúan buscando a sus hijos a pesar de que las autoridades no lo hacen con ese ahínco y ese compromiso que se requiere para encontrarlos. El tiempo del gobierno ya se acabó, y los padres y madres necesitan resultados contundentes. El diálogo que entablarán este lunes con las autoridades federales será definitivo. Mientras tanto, han dejado a los pies de la Virgen de Guadalupe su corazón y todos sus deseos de volver a ver a sus hijos con vida.

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