No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

OPINIÓN | Voces dignas de iracundo silencio

Madres de normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, durante la colocación de cruces en Iguala, 27 de octubre de 2014.

Damián Arnulfo Marcos y Dominga Rosa Antonia originarios de Rancho Ocoapa, municipio de Ayutla de los Libres, Guerrero, abandonaron su parcela de maíz desde el día en que les avisaron que su hijo Felipe se lo habían llevado los policías de Iguala. Sus padres lo esperaban en la víspera de San Miguel para ir a los elotes. Resintieron su ausencia porque era el sostén de la casa. Se alquilaba como peón y apoyaba a su papá en todas las labores del campo. Todavía le tocó hacer la resiembra y echarle abono a la milpa. En su comunidad todos sabían que se iría a estudiar a la ciudad, y esto era motivo de orgullo, porque son pocos los jóvenes que tienen oportunidad de estudiar en Ayutla la secundaria o el bachillerato. Felipe logró vencer la barrera del idioma y pudo enfrentar con mucho sufrimiento el estigma de su indianidad. Habla el Tuun Savi y el español con la misma fluidez. Esta facilidad para comunicarse en las dos lenguas le abrió las puertas de la Normal. Hizo el examen para entrar a la licenciatura en educación primaria con enfoque intercultural bilingüe, cuya convocatoria en este ciclo escolar solo ofreció 40 lugares, restringiendo como siempre a los jóvenes indígenas su entrada a las normales. Las otras 100 plazas son para jóvenes monolingües que concursan para inscribirse en la licenciatura en educación primaria.

Damián y Dominga forjaron el sueño de su vida; ver a su hijo Felipe como maestro bilingüe. No importaba que ya no les ayudara en el campo ni que les dejara de apoyar en el sostenimiento de sus dos hermanas menores. Cargaron sobre sus hombros la responsabilidad de juntar dinero para que pudiera estudiar en Ayotzinapa. Nunca imaginaron que en poco tiempo ellos tendrían que vivir en esta normal al lado de 42 padres y madres de familia que comparten el mismo dolor y desesperación por no saber sobre el paradero de sus hijos desde la madrugada del 27 de septiembre. Dominga es monolingüe y Damián entiende el español pero tiene dificultades para comunicarse con fluidez, no obstante este obstáculo, tienen claro que las autoridades han sido incapaces de localizar a sus hijos. Han participado en reuniones con el procurador de la república, con el secretario de gobernación y con el presidente de la república y en todos ellos no han escuchado noticias alentadoras. Les resulta incomprensible que después de 37 días el gobierno federal no sepa dónde están sus hijos y que no haya podido detener al presidente de Iguala, su esposa y al director de seguridad.

Antes de salir de la reunión en los Pinos, el pasado miércoles 29 de septiembre, don Mario César González junto con su esposa Hilda Hernández, originarios de Huamantla Tlaxcala, reclamaban la forma como se había realizado la reunión con el presidente Peña Nieto: ¿Cómo es posible que nos vayamos sin ninguna respuesta concreta? Que otra vez firmemos lo que ya firmamos. Que no le digamos que no hizo nada por nuestros hijos cuando los policías se los llevaron y que todavía nos venga a decir que no sabe dónde están. ¡Ya basta de tantas reuniones! ¡Ya nos cansamos de tanto engaño! No podemos permitir que después de un mes nos salgan con lo mismo. Para don Mario y doña Hilda su hijo César Manuel de 22 años está vivo, pero el gobierno no le pone todo el empeño para encontrarlos. Por las noches don Mario prefiere salir al corredor de la escuela a fumar varias cajetillas de cigarro, para no pasar las horas en su cama, pensando que su hijo está sufriendo y que no puede ir en su auxilio. El dolor ya le cedió el lugar al coraje y a la ira. En las reuniones, prefiere callar y aguantar, para no contradecir a sus compañeros y explotar. Siente que las posturas que se discuten son blandengues y que se está dejando pasar el tiempo, para que las autoridades busquen una coartada que les ayude a revertir su responsabilidad a los mismos jóvenes.

Emiliano Navarrete Victoriano padre de uno de los estudiantes más jóvenes, José Angel Navarrete González, comenta “yo tenía miedo de hablar. No sabía qué iba a decir. Sólo sentía mucho dolor en mi pecho y cómo que todo me lo guardaba… Ya no me gustó cuando empecé a ver que las autoridades nos engañaban, sobre todo cuando pedíamos que buscaran a nuestros hijos. Cuando pedimos ir a buscarlos y que ellos nos apoyaran, yo me animé y los acompañé. Fuimos a las cuevas en Huitzuco, caminamos por varios cerros, buscamos en algunas iglesias, pero no encontramos nada. Luego corría el rumor de que a los lugares donde teníamos planeado llegar, había gente armada que nos impediría entrar. Era para desanimarnos, sin embargo, fuimos y no nos pasó nada. Lo malo es que el gobierno espera que nosotros le digamos dónde tenemos que ir y cuando vamos, luego nos dicen que no pueden entrar a los lugares donde creemos que pueden estar nuestros hijos, como las iglesias, las bodegas y en algunas casas.

Emiliano y su esposa Angélica González, son de Tixtla. A pesar de que tienen su casa cerca, han preferido compartir esta lucha al lado de todos los padres y madres de los jóvenes desaparecidos. En medio del sufrimiento van forjando su identidad como defensores y defensoras de la vida de sus hijos. Hacen a un lado el miedo y superan los prejuicios de no poder decir su verdad a las autoridades y al público en general. Han sabido emplazar a las autoridades para que no simulen respuestas ni posterguen soluciones. Su voz además de la fuerza que transmite contiene verdad y autoridad moral. No solo plasman la tragedia personal sino develan una realidad que nos afecta a todos los mexicanos y mexicanas, y que desnudan las atrocidades de un gobierno que se colude con el crimen organizado. Nadie más autorizado para hablar en este país de víctimas que los padres y madres de los normalistas desaparecidos. Sus voces que salen desde lo más profundo de sus corazones son las que estremecen al poder, las que resuenan en los recintos gubernamentales, las que ninguna autoridad puede callar, desmentir o desautorizar. Son las voces de la tragedia que los gobernantes no han querido y que burdamente se han empeñado en ocultar y trivializar.

Esta experiencia quedó muy clara en el encuentro con el Presidente de la República, quien tuvo que aceptar el formato que plantearon los padres de familia que exigieron ser escuchados sin cortapisas y sin límite de tiempo. Las voces de las mamás, papás, esposas, hermanas y compañeros de la Normal obligaron a que la máxima autoridad escuchara con atención sus testimonios plagados de dolor, sufrimiento, coraje, reclamo y exigencia de justicia. Fueron sus palabras cargadas de verdad, hablando con esa gran calidad de hombres y mujeres que defienden la vida y que están dispuestos a dar todo con tal de que aparezcan los 43 desaparecidos.

Los padres y madres de familia provenientes de comunidades indígenas de la Costa Chica, la Montaña y de comunidades rurales de la Costa Grande, Zona Centro principalmente de Tixtla, Tierra Caliente, del estado de Morelos, de Oaxaca y Tlaxcala, han conformado una organización ejemplar, que no se ha dejado manipular por nadie y que mantiene una postura firme y digna. Esta actitud inflexible frente al poder es la que se ha ganado la solidaridad, el reconocimiento, el respeto y el apoyo de miles ciudadanos y ciudadanas de muchos países y de varios gobiernos. Ellas y ellos han enseñado a todo México a tener valor, fuerza y arrojo para enfrentar a un estado delincuencial que nos desangra con la violencia impuesta por sus brazos ejecutores que son las bandas del crimen organizado.

La lucha histórica de los normalistas de Ayotzinapa que ha defendido un modelo educativo identificado con los anhelos de justicia de los pueblos pobres de México, tiene ahora en estos momentos trágicos su paragón con la lucha heroica de los padres y madres de familia de los 43 estudiantes desaparecidos, de los 3 normalistas ejecutados y los tres lesionados gravemente en la noche funesta del 26 de septiembre. Son los papás y mamás de Ayotzinapa, que desde estas trincheras del olvido están entregando su vida, para que pare esta barbarie y para que se desmantelen las estructuras delincuenciales que se han enquistado en las instituciones gubernamentales, que impiden dar con el paradero de los desaparecidos.

El ejemplo de unidad de los padres y las madres y su respeto a la diversidad de opiniones y visiones debe inspirar a las organizaciones sociales y civiles para empujar juntos en la búsqueda de los 43 normalistas desaparecidos; para encarar al poder impune y desenmascarar a los gobernantes que están sostenidos por los grupos delincuenciales apostándole al próximo proceso electoral. Ya terminó el tiempo de los engaños y embustes de los políticos, es tiempo de que las víctimas rescaten al país del despeñadero al que lo han orillado los narcopolíticos. Es tiempo de que pongamos por encima de todo y como causa de todos la presentación con vida de los 43 desaparecidos, y desde esta trinchera, derrumbar esa montaña de impunidad para sacar a los embusteros. Son las voces dignas de iracundo silencio las que nos dan la esperanza de encontrar con vida a los normalistas y de que es posible que México renazca con la fuerza de la juventud rebelde y la lucha incansable de padres y madres dignos.

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