Opinión Trabajar en los surcos “para vivir un rato más” Abel Barrera Hernández Las familias indígenas de la Montaña de Guerrero no sólo sobreviven a los embates de la pobreza, sino a la violencia que prevalece en sus comunidades y en su peligrosa travesía a los campos agrícolas de jitomate, verduras chinas y chile. Desde las serpenteantes veredas luchan contra el hambre y no les queda más opción que sucumbir a las promesas de los empresarios agroindustriales que las contratan como mano de obra barata. Con los años de trabajo no mejoran sus condiciones de vida, al contrario, a cambio de unos pesos les exprimen hasta la última gota de vida. En los últimos dos años las familias jornaleras han experimentado el asedio de los grupos delincuenciales en las rutas rumbo a los campos agrícolas. Ha sufrido en carne propia los asaltos a mano armada. La carretera Tlapa-Puebla se ha convertido en la más peligrosa porque en el día se cometen tropelías; en la noche es peor porque no hay seguridad. Desde las primeras horas del vienes 29 de agosto de 2025 las jornaleras y jornaleros empezaron a llegar a la casa del jornalero en Tlapa, donde almorzaron. El contratista durante 15 días había ido a sus comunidades para contratarlos. Permanecieron hasta que les dieron la indicación de que acomodaran sus pertenencias como enseres domésticos, petates, costales de herramientas de trabajo y cobijas en la cajuela de dos autobuses. Luego conforme a la lista fueron subiendo para ocupar sus asientos. Salieron los autobuses rumbo a Puebla para llegar al corte de chile morrón al campo Serrucho en Culiacán, Sinaloa. Era la 1:20 de la tarde cuando hombres encapuchados y armados abrieron fuego contra el primer autobús en la salida de la comunidad de Xochihuehuetlán, Guerrero, en colindancia con territorio poblano. Seis balazos impactaron en diferentes partes del autobús. Las ventanas quedaron quebradas y las llantas ponchadas. La gente no sabía qué hacer, algunas, aunque querían correr, prefirieron agacharse. Iban 29 jóvenes de entre 18 y 30 años y en menor cantidad de 40 a 50 años. Los amenazaron y golpearon al chofer. Los bajaron y les dijeron: “tírense al piso boca abajo, no nos vean y no se muevan porque les vamos a dar su balazo”. Les quitaron sus pertenencias y el poco dinero que llevaban para sobrevivir mientras les pagaban la primera semana en los campos. Quedaron en la carretera sin que nadie los auxiliara. No había señal de teléfono, pero lo peor es que les habían robado sus celulares. Con el miedo empezaron a correr para salvar sus vidas. Avanzaron 500 metros cerca de una casa azul que estaba entre los matorrales. Se acercaron para ver si alguien los auxiliara, pero nadie respondió. Ante el temor de que los asaltantes los siguieran, ahí permanecieron en espera de otro autobús El mayordomo que viajaba en el segundo autobús comentó cómo los atracaron: íbamos 31 personas, 15 eran niños. Cuando esos encapuchados vieron que estábamos como a 300 metros del primer autobús nos pararon pasando el último tope del pueblo. Nos arrojaron piedras grandes quebrando el parabrisas y destrozaron las ventanas. Todos tratamos de protegernos bajo los asientos para que no les pasara algo a nuestros hijos. Con golpes bajaron al chofer y a mí. No nos dimos cuenta cómo salieron esos cabrones. En segundos entraron y dijeron “bájense a la chingada, entreguen todo lo que tienen. Al suelo, al suelo. No volteen porque los matamos”. Una señora de unos 50 años gritó, y uno de los encapuchados la apunto con el arma diciéndole: “cállate porque si no te voy a meter un tiro en la cabeza”. Nos quitaron todo el dinero que llevábamos, celulares y documentos. Mi niña de tres años salió herida de la cabeza, la cara y los brazos con los vidrios rotos. Arturo fue golpeado por las piedras en la cabeza. Una mujer de Chiepetepec también salió herida en diferentes partes del cuerpo. Con los rostros pálidos por el miedo varios quedaron inmóviles, mientras otras personas corrieron sin parar. Se dispersaron. Las niñas y los niños lloraban desconsolados. Todo pasó muy rápido, en minutos ya se habían ido. Estaba muy preocupado por mi familia y por todos porque se habían dispersado. Tenía que buscar la manera de hacer algo. Golpeado y adolorido le pedí ayuda a un señor que viajaba en un Tsuru y le dije: “hazme favor y vamos a recoger a mi gente, tengo que buscarlos porque no conocen aquí, venimos de lejos, de más de cinco horas de Tlapa. Unos vienen de Chilapa, otros vienen de la Montaña. Se van a perder, ayúdeme, por favor”. Así los fui encontrando en el camino. Unas personas caminaron hasta medio kilómetro. Ya estábamos cerca de Tulcingo, Puebla. No había ninguna vivienda, sólo una casa azul en medio del monte. Esos delincuentes saben muy bien que ahí no hay señal de celular. Lo tenían planeado. Pensaron que nos dejarían incomunicados, pero mi esposa alcanzó a esconder su teléfono en el pañal de nuestra niña. Establecimos comunicación con la empresa para decirles que nos mandara dos autobuses más porque nos habían golpeado y asaltado. Cuando estábamos todos reunidos hice la cuenta de que por las 60 personas nos robaron más de 80 mil pesos. Unos de dos mil, tres mil, cuatro mil y cinco mil pesos. Yo llevaba 20 mil pesos para darle de comer a la gente. ¿De dónde voy a reponer todo ese dinero? Ya está perdido. A todos nos quitaron lo que llevábamos. La policía llegó a las 2 de la tarde, cuando había pasado todo el terror. Los militares llegaron a las 2:30 de la tarde. La gente ya se había tranquilizado. Ni la policía ni los militares dijeron nada, sólo tomaron los datos del chofer. Se quedaron hasta que se arreglaron los camiones, como a las 8 de la noche cuando retomamos el viaje a Las Palomas. Ahí nos mandaron otros dos autobuses que habíamos pedido a la empresa. Con miedo nadie durmió porque íbamos alertas en el camino hasta que llegamos a Puebla y luego a Sinaloa porque está más peligroso porque en otros momentos nos han parado. Por eso necesitamos llevar las credenciales para mostrarlas porque si no, nos bajan y lo que menos queremos son problemas porque sólo vamos a trabajar. Llegamos el domingo a las 4 de la tarde. Más de 60 personas indígenas de la comunidad de Chiepetepec y la cabecera municipal de Tlapa; Agua Tordillo y San Lucas Teocuitlapa, municipio de Acatepec; Zapotitlán Tlablas; Chilapa y Huitzilotepec vivieron el infierno. La primera semana de corte de chile morrón y pepino ha sido muy difícil porque nos robaron todo el ahorro para comer unos días. Este viernes 5 nos pagaron dos días. El día nos lo pagan en 336 pesos; cuando plantamos los chiles un surco lo pagan en 80 pesos y cuando es corte el bote de 20 litros de chile está en 4 pesos y el de pepino en 6 pesos. Estamos tristes porque no tenemos para comprar la despensa y vamos a cobrar hasta la próxima semana porque nos pagan los jueves. A pesar de que la empresa nos apoyó con dos kilos de maseca la verdad es que necesitamos un poco más porque hay familias numerosas. Son 15 familias grandes a las que no les alcanzó ni para dos días. Con el apoyo de nuestros familiares vamos comprando poquita despensa. Está muy caro: el kilo de frijol está en 60 pesos, el cono de huevo cuesta 108 pesos, la bolsa de sopa, 15 pesos y el paquete de maseca está en 220 pesos. Mi esposa tuvo que pedir prestados 500 pesos con un familiar que está en Estados Unidos. Tenemos ganas de llorar, pero no nos van a regresar lo que nos quitaron. Los que se quedaron en la comunidad no tienen dinero, por eso venimos a trabajar a los campos. Al menos Dios quiso que estemos vivos. Trabajamos bajo el sol durante horas, y si queremos algo frío no tenemos ni para comprar un refresco de 3 litros porque cuesta 65 pesos. En la tienda pedimos fiado por ahora, pero no nos quieren dar porque son muchos productos. Estamos abonando la mitad y al siguiente día damos el resto, pero ¿dónde conseguimos dinero? Lo que ganamos en un día no nos alcanza, y lo peor es que nos pagan cada semana. No podemos esperar una semana sin comer porque nuestros niños y niñas se van a enfermar. No hay ningún cuerpo de seguridad estatal ni federal que resguarde las rutas que tomamos y por eso se cometen robos sin que pase nada. Nadie nos protege, solo nosotros nos andamos cuidando para seguir viviendo un rato más. Queremos que el gobierno nos proteja y nos tome en cuenta como indígenas que tenemos derechos. Publicado originalmente en Desinformémonos Share This Previous ArticlePueblo pobre gobierno rico. El quiebre de los principios morenistas Next ArticlePrócoro: el temple de un luchador social 10 septiembre, 2025