Opinión Una clase política distante Guerrero es un estado convulso de raíces guerreras profundas. A lo largo de su historia el pueblo ha cimbrado y tumbado a los gobiernos represores y corruptos. Tanto en el plano de la insurgencia armada como cívica las y los guerrerenses ondearon las banderas de la rebeldía y la emancipación política. Nuestros gobernantes están lejos de alcanzar la estatura del siervo de la nación, del servidor público que vive en la justa medianía, contrario a estos paradigmas, los políticos guerrerenses sobresalen por su megalomanía y miopía políticas que los desdibuja y extravía en el camino, porque se engolosinan con el poder al instalarse como reyezuelos dentro de sus palacios. El drama que arrastramos los guerrerenses es la traición de los gobernantes, su distanciamiento de las demandas históricas, su desfachatez, insensibilidad y maltrato con la población más pobre. Lo más grave es que se han apropiado de las conquistas alcanzadas por la movilización social y la lucha armada. Las elites políticas las capitalizaron para reivindicarse y asumirse como las depositarias de este legado invaluable. Desde la lucha independentista hasta las gestas por la democracia en 1988 y 2018 los ciudadanos y ciudadanos fueron el bastión de las transformaciones sociales. La clase trabajadora ofrendó su vida defendiendo sus tierras, enfrentando a los caciques, resistiendo la embestida militar, soportando la tortura de los judiciales y librando las balas de los gobiernos asesinos. A pesar de tantas batallas ganadas y tanta sangre derramada aún nos aprisiona la pobreza, nos sojuzga las leyes de los poderosos, se pisotean nuestros derechos y nos regatean los presupuestos públicos. La estructura del poder político siempre es piramidal, por definición excluye a los ciudadanos de a pie en la toma de decisiones que se circunscribe a las cupulas partidistas. Hay un muro que separa a la clase gobernante de sus gobernados. Existen estamentos sociales que colocan en las esferas más bajas de la pirámide a los ciudadanos y ciudadanas que solo son tomados en cuenta cuando emiten su voto. En estas líneas divisorias se profundizan las desigualdades y se remarcan las diferencias sociales. Quedar fuera del ámbito gubernamental es someterse a la dinámica que impone la nueva clase gobernante. El ciudadano queda invisibilizado, despojado del aura del poder y relegado de cualquier decisión que afecte sus derechos. El pueblo de Guerrero no solo ha protagonizado luchas emblemáticas también se ha movilizado para dar la pelea en las urnas. En 1988 el PRI sufrió una derrota estrepitosa con el triunfo contundente de Cuauhtémoc Cárdenas. El temple del electorado guerrerense quedó demostrado con la toma de ayuntamientos, las marchas por la democracia, la emergencia de nuevos líderes comunitarios y la efervescencia de un movimiento social imparable. La población no luchaba por un cargo sino por un cambio de gobierno, una apuesta por la democratización de las instituciones y el resquebrajamiento de una clase política vetusta. Sobresalía la mística, la entrega el sacrificio, la causa y los sueños del cambio. Hace dos décadas el pueblo de Guerrero se levantó con una gran victoria contra el PRI, al fin se cristalizaban los grandes anhelos del cambio. Un empresario acapulqueño quedó al frente de la nueva encomienda de desmontar la estructura caciquil y de impulsar una nueva forma de gobierno. Pronto se resquebrajaron las expectativas del cambio, la aversión de Zeferino Torreblanca contra los luchadores sociales fue implacable, siempre los catalogó como lucradores sociales y despreció a los militantes del PRD, dudó de su autenticidad y compromiso, los estigmatizó y dejó de lado a los sectores sociales empobrecidos y movilizados. Fue un sexenio que quedó marcado por la violencia política y por la polarización social que protagonizó el gobernador empresario. Lo peor que le ha pasado a nuestro estado es que los caciques políticos han sabido sortear su carrera política como chapulines y camaleones al colocarse como abanderados de los partidos de oposición para ganar la delantera en la carrera por la gubernatura. Sucedió con Ángel Aguirre Rivero que ganó la elección en el 2011 con las siglas del PRD: El pragmatismo de muchos perredistas no dimensionaron las consecuencias políticas y sociales que causaría un personaje ajeno a las luchas sociales y lejano al ideario político de un partido de izquierda. En la primera administración sucedió la masacre de El Charco que hasta la fecha no existe una denuncia penal contra los mandos militares que ordenaron las ejecuciones de 10 indígenas y un estudiante de la UNAM. En su segundo período se consumaron dos hechos deleznables: las ejecuciones de Gabriel Echeverría y Jorge Herrera, dos estudiantes normalistas que fueron ejecutados por policías del estado y federales en la autopista del sol, el 12 de diciembre de 2011. Nada hicieron las autoridades federales para atraer esta denuncia calificada por la CNDH como un caso grave de violaciones a los derechos humanos. En mayo de 2013 el luchador social Arturo Hernández Cardona fue víctima junto con dos compañeros más de desaparición forzada y ejecución extrajudicial por parte del entonces presidente municipal de Iguala José Luis Abarca. A pesar de estos hechos violentos el gobernador Ángel Aguirre lo protegió y lo mantuvo en el poder. Lo inaudito fue la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa y el asesinato de 3 de sus compañeros en la noche del 26 de septiembre y madrugada del 27 en Iguala Guerrero. A pesar de este crimen artero las autoridades federales se desentendieron del caso hasta que la indignación nacional e internacional puso en jaque el presidente Enrique Peña Nieto. Hasta entonces solicitó licencia el gobernador Aguirre. Hasta la fecha no hay avances en la investigación para dar con el paradero de los 43 normalistas. En lugar de avanzar en la agenda de derechos humanos y en el combate a la impunidad los gobiernos perredistas relegaron estos temas y se arremolinaron en la disputa por los cargos públicos. Quedó evidenciado que el PRD solo sirvió a sus dirigentes como una plataforma de lanzamiento de sus candidaturas. Se mercantilizaron sus siglas y se erigió en una agencia de colocaciones. Mientras tanto la gente del campo y de las periferias de las ciudades siguieron sumidas en el olvido y la miseria. No hubo un cambio que les favoreciera, mas bien se generaron nuevas clientelas y corrientes políticas para disputar candidaturas. Con el movimiento de regeneración nacional Andrés Manuel López Obrador logró aglutinar un gran movimiento en el estado. Tuvo una gran aceptación tanto por el electorado como del movimiento social. El trabajo que forjó por varios años logró tejer muchas alianzas al grado que la mayoría de perredistas se cambiaron a Morena. 2018 nuevamente quedó registrado en la memoria política de los guerrerenses al arrasar en las votaciones presidenciales. Fue muy impactante la figura de Andrés Manuel por su presencia constante en las 8 regiones del estado y por su cercanía con la gente sencilla. Los programas sociales que se diseñaron en su sexenio están orientados a revertir la pobreza, sin embargo, el impacto en las comunidades rurales del estado no ha representado un cambio significativo. Son insuficientes estos programas y el diseño de algunos no responden a las condiciones de movilidad de la población jornalera que son familias muy pobres. La baja productividad de productos básicos sigue siendo el talón de Aquiles de estos programas porque el mero subsidio en lugar de impulsar la producción la desalienta. Los suelos desgastados requieren tratamientos de mediano y largo plazo y de inversiones constantes y significativas para los pequeños productores. La falta de maíz en la Montaña nos ha colocado como una región muy pobre y sumamente vulnerable. La fortaleza de las comunidades son sus siembras comunitarias, la autosuficiencia alimentaria y la organización autogestiva. El subsidio individual debilita el trabajo colectivo y fragmenta la lucha como comuneros. Las asambleas corren el riesgo de ser el centro de la toma de decisiones y de su gobierno autónomo. La nueva clase política de Morena cada vez se distancia más del movimiento social, en lugar de abrirse a la sociedad y tomar una postura autocrítica se han enconchado y alejado de las voces discordantes. Se han engolosinado con las mieles del poder y del dinero. Se han colocado en el centro de la acción política como principales beneficiarios de las prebendas del poder y han relegado a la población que no tiene para comer. Han aprendido muy rápido las malas prácticas de las administraciones pasadas, al mantenerse en la opacidad, al hacer negocios privados con dineros públicos. Al ser indiferentes ante el dolor y dejar en estado de indefensión a las familias que padecen la violencia. Se han desentendido del grave problema de la desaparición de personas y no hay cambios sustantivos en la fiscalía del estado para hacer efectivos los derechos de las víctimas. Se han ignorado a los colectivos de familiares que ponen en riesgo su seguridad para realizar la búsqueda en territorios controlados por grupos de la delincuencia. No hay oídos para atender las demandas básicas de la población mayoritariamente pobre. Es recurrente que se les haga dar vueltas en vano en busca de respuestas relacionadas con la ejecución de obras inconclusas. El caos impera en nuestro estado no solo por la violencia, sino por la desatención a una población que ha protagonizado los cambios, por la indolencia de las autoridades, su insensibilidad, su ausencia en los momentos en que la gente requiere acciones eficaces para hacer valer el estado de derecho. En Guerrero padecemos una clase política distante de la realidad que nos lacera y embelesada con los privilegios del poder. Este fin de semana fuimos testigos de dos actos paralelos: la clase política de Morena encerrada en su burbuja, trajeada y perfumada, distante del pueblo de Guerrero que es heredera de la lucha histórica del generalísimo José María Morelos y Pavón y del legado universal de los derechos humanos de la población pobre. Y en otro espacio la APPG hizo un reconocimiento social a los luchadores sociales de Guerrero y a quienes han ofrendado su vida por una patria donde reine la igualdad y la justicia. El Guerrero de abajo. 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